martes, 19 de agosto de 2008

La casa del "Mayor Guerra"

sábado, 16 de agosto de 2008

“ EL MAYOR GUERRA “

DON FRANCISCO GUERRA CLAVIJO Y PERDOMO

JOSÉ FERRER PERDOMO

SAN BARTOLOMÉ DE LANZAROTE

2002

PRESENTACIÓN

Desde pequeño, cuando visitaba con mis padres al “Tío Sebastián“ en su “Casa-Palacio” o “Castillo del Mayor Guerra”, sentía curiosidad por la historia de esa casa y por quienes en ella habitaron.

La grandeza que destilaban sus muros solariegos, las leyendas que iba conociendo en mis correrías por los alrededores, los relatos de mi padre, mis abuelos y el propio Tío Sebastián, último de sus moradores, despertaron en mi infancia un vivo interés, que ya nunca me abandonó.

Mi afición a la historia y a rastrear viejos documentos me fue permitiendo recopilar numerosos datos que, durante estos últimos años, fueron conformando, poco a poco, la historia del Mayor Guerra.

En atención a que las presentes notas giran en torno a la personalidad del Mayor Guerra, solo se transcribió a estas páginas lo que se estimó esencial para vislumbrar la dilatada vida del ilustre militar y la indeleble huella que dejó.

Solo me resta invitarles a la lectura de estos apuntes que, al cobijo de los archivos y documentos consultados, artículos, correspondencia y diversas aportaciones, aromatizados con las poesías, de ciertas y bellas leyendas inherentes al nombre del Mayor Guerra, se ofrecen a quienes tengan interés por este controvertido personaje.

JOSÉ FERRER PERDOMO

DON FRANCISCO TOMÁS GUERRA CLAVIJO Y PERDOMO

“EL MAYOR GUERRA“

El siglo XVIII, lleno de avatares, constituye un mosaico de contrastes y contradicciones.

En él tuvo lugar el cambio de dinastía en la corona, el paso de los Austrias a los Borbones al fallecer Carlos II, último monarca de la casa de Austria, sin sucesión directa. En su testamento entronizaba a la casa de Borbón al designar como heredero al duque Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV. Al interpretarse esta postrera decisión como una amenaza para el equilibrio continental, se inició una contienda de dimensiones internacionales que también fue una guerra civil, enfrentándose los españoles, una vez más, en la denominada Guerra de Sucesión.

Pese a que la contienda afectó a todos los sectores sociales y a casi todos los territorios de la monarquía, en Lanzarote, con una población que apenas superaba los mil habitantes, no se respiraba el ambiente bélico, pudiéndose disfrutar de una confusa paz.

Pero la relativa tranquilidad y quietud que se respiraba en la isla a principios de siglo, contrastaba con la auténtica miseria que se vivía en su segundo tercio. La duración anormalmente prolongada (01.09.1730-16.04.1736) de la erupción de Timanfaya y el gran volumen de materiales emitidos, que cubrieron importantes zonas cerealistas y las más ricas vegas, provocaron una delicada situación carencial, aunándose a la calamitosa situación, las oleadas epidémicas que diezmaron considerablemente la población.

En estos aciagos días, en concreto el 3 de Febrero de 1733, bajo el reinado de Felipe V y el Pontificado de Clemente XII, nació, en San Bartolomé de Lanzarote, Francisco Tomás.

Su padre, Don Cayetano Lorenzo Guerra y Duarte, que había nacido en Santa María de Guía, Gran Canaria, el 10 de Febrero de 1689, se trasladó a Lanzarote para posesionarse de su destino militar y se avecindó en San Bartolomé, en cuya ermita contrajo matrimonio el 5 de Octubre de 1724 con la también vecina Doña María de los Reyes Clavijo y Figueroa.

Del matrimonio habido entre Don Cayetano Lorenzo y Doña María de los Reyes nacieron dos hijos, ambos varones, llamados Domingo, el primogénito, y Francisco Tomás, nuestro biografiado, a quien bautizaron en la Iglesia Matriz de La Villa de Teguise, entonces capital de la isla, el 14 de Marzo de 1733.

Francisco Tomás, que descendía de una estirpe militar, sintió desde su infancia inclinación por la vida castrense y hacia ella se encaminó.

Como en otros aspectos, el cambio dinástico provocó reformas en el ejército y la política militar que habrían de paliar la desoladora situación que se había heredado. Lo que apenas podía llamarse ejército, por su proximidad a la miseria o a veces al bandidaje y al descrédito marcial, se vio sometido al reformismo ilustrado.

En 1757, apenas cumplidos los veinticuatro años, Francisco Tomás contrajo matrimonio con Doña María Andrea Perdomo Gutiérrez, hija de Don Antonio Perdomo Figueroa y Doña María Andrea Gutiérrez Clavijo, quienes obsequiaron a los esposos con una casita, en el lugar llamado “El Cascajo”, de San Bartolomé, la cual tenía, además de varias habitaciones, bodega, era, aljibe y gañanía, unos terrenos en los alrededores, por lo que constituía un lugar adecuado para crear el nuevo hogar del matrimonio Guerra, lo que viene a evidenciar el nacimiento allí de sus dos hijos mayores: Cayetano y José Guerra Clavijo y Perdomo.

El primitivo hogar de los Guerra pronto fue sustituido, pues hacia 1765 decidieron realizar una nueva edificación, más amplia y acorde con su posición. Un poco más al norte, en la ladera de los Morros del Cascajo fue en donde se inició la sólida construcción, en un lugar despejado desde el que se domina un amplio paisaje, sobre todo el pujante Puerto del Arrecife.

La casa, orientada al naciente, es de amplia planta cuadrangular, con techos de dos aguas y paramentos rematados con piedra berroqueña; la cocina, una de las piezas más características, luce campana y chimenea de piedra; la sala, espaciosa y austera, se encontraba separada de la cámara del Mayor Guerra por un pesado cortinón granate. Una trampilla hábilmente disimulada en el piso de madera, facilitaba la comunicación de la sala con la caballeriza, situada en la planta inferior, lo que permitía que fuera utilizada como salida secreta hacia el exterior. Al amplio patio central da la galería cubierta, sostenida sobre pilares de madera y al frente el enorme balcón con arco de piedra labrada que en tiempos estuvo recubierto de una hermosa celosía que, inevitablemente, permitía ver sin ser visto; y sobre su entrada, como homenaje dieciochesco, el blasón de los Perdomo tallado en mármol blanco.

Para paliar las continuas sequías que con frecuencia asolan la isla, se dotó a la casa de las tradicionales aljibes y se aprovechó la ladera de la montaña para cavar zanjas y canales, para conducir el agua a través de "coladeras" o depósitos escalonados, que evitaban la llegada del agua a los aljibes con piedras y tierras arrastradas desde la montaña.

La casa, con sus líneas adustas y sobrias, aún hoy se erige altiva, proclamando a quien desde lejos la divisa, su gloria pasada.

Sus aledaños, con los vestigios del medio agrícola en el que la vida de Lanzarote transcurría, dejan sentir la relevancia de la vivienda en su época. Con sus reminiscencias pobremente ricas la casa nos descubre la prevalencia de quienes la habitaron, más si se contrasta con el estado en que se encontraba sumergida entonces la mayoría de la población.

No puede olvidarse que bajo los reinados de Felipe V y Fernando IV, (1700-1759), se puso en marcha una novedosa política económica de índole inequívocamente mercantilista, asignándosele un papel fundamental a las relaciones con las colonias en el convencimiento de que así se obtendría una balanza comercial favorable. Canarias, pese a encontrarse en un enclave privilegiado para abastecer y comerciar con quienes navegaran por las rutas atlánticas, apenas se vio favorecida por los intereses monopolísticos de Sevilla y Cádiz. Pero la discriminación no se limitaba al continente; de entre los puertos canarios, sólo Gran Canaria, Tenerife y La Palma fueron habilitados para el comercio.

No obstante, durante el reinado de Carlos III, (1759-1788), se produce un cambio importante: aparece por primera vez, entre las preocupaciones del Gobierno, la de incrementar la producción agrícola. La necesidad de alimentar a una población en aumento obligó a este planteamiento. Lanzarote, que no había llegado a superar los 2.000 habitantes en 1725, acogía a más de 10.000 en 1770.

El intento de mejorar la situación general de España sí pasó esta vez por nuestra olvidada isla, donde el rey Carlos III se volcó en su ayuda. Envió dinero y tres barcos cargados de trigo y mandó construir, bajo la advocación de San José, una fortaleza con figura de semicírculo y largas salas de bóveda. El castillo domina el puerto y su fuego se cruzaba con el de San Gabriel pero, pese a ello, algunos navíos extranjeros lograron causar serias alarmas a la población. También se realizó hacia 1771 el puente de tres ojos, pilares de cantería y espacio intermedio levadizo, que se conoce como de “ las bolas “.

El matrimonio Guerra además de a Cayetano y José, a quienes hemos mencionado, tuvo once hijos más, de los cuales cinco fallecieron a pronta edad, naciendo los seis restantes en lo que ya era su nuevo hogar.

Los hijos de Don Francisco Tomás: Cayetano, José y María fueron inscritos con los apellidos Guerra Clavijo y Perdomo, mientras que los restantes lo fueron con los de Guerra Perdomo. Este elemento diferencial ha inducido a error a aquellos que creyeron que el Mayor Guerra tuvo por hermanos a quienes fueron sus tres primeros hijos.

Los acontecimientos políticos que se sucedieron durante el reinado de Carlos IV (1788-1808) y los manejos de su favorito Godoy, fueron quizás la causa por la que Don Francisco Tomás Guerra, de gran carácter y recia personalidad, fuese dejando sentir su influencia en la vida política, social, económica y administrativa de Lanzarote, al tiempo que ascendía en su carrera militar.

Franco y sencillo en su trato, el Mayor Guerra siempre se mostró muy preocupado por el bienestar y buen nombre de su familia. Muestras patentes de ello lo constituyen su lucha en pro de la creación de la Parroquia de San Bartolomé, de la que costeó las obras de construcción de la Capilla de Nuestra Señora de los Dolores y de la que sería primer Párroco su hijo Cayetano; las atenciones con su nieto Valentín Carrasco Guerra, que por ser paralítico y enfermo habitual siempre vivió en su compañía, legándole a su muerte un cercado como contribución a su alimentación y vestido; o el ruego póstumo que hace a sus hijos de que permanezcan unidos, conservando entre sí la paz, amistad y buena armonía, procurando afrontar y componer amistosamente cualquier duda o dificultad que se suscite entre ellos y evitaran sobremanera los litigios y contestaciones judiciales, por ser fatal origen de agravios y enemistades entre la familia.

Ascendido Don Francisco Tomás Guerra a Teniente Coronel en 1790, pasó a ser Jefe del Regimiento Provincial de Lanzarote. Y tan sólo tres años más tarde, en 1793, fue designado Gobernador Militar de las Armas, cargo que desempeñó hasta su muerte, ejerciendo al mismo tiempo los cargos de Alguacil Mayor, Regidor y Decano del Ayuntamiento de San Bartolomé.

Tenía autoridad en todas las funciones gubernativas y militares y ejercía la Administración de Justicia en el fuero ordinario, con jurisdicción en toda la isla. Fue tanta su influencia y poderío que llegó a establecer el "Fuero de Guerra", con el que se permitió cobrar algunos impuestos.

Don Francisco, que era un hombre de paz, comenzó su gobierno mejor que sus antecesores, pues la isla con estos estuvo sometida a fuertes convulsiones políticas; así el Coronel Don Domingo de Armas Bethencourt, que fue Gobernador desde 1772 hasta 1780, si bien no cometía grandes robos ni sobornos, si obraba con despotismo arbitrario, adeudando lo que pedía prestado, arrestando al que no le prestaba y cercando terrenos incultos que no le pertenecían; relevó a éste en el cargo el Teniente Coronel Don Juan Creagh Powles (1780-1792), quien con su política de favorecer al pobre, aún con notorio perjuicio del pudiente, se granjeó la voluntad del pueblo, más este jesuita que hacía lo principal de sus negocios con los bienes del Marqués de Lanzarote, de quién era administrador, valiéndose de la facultad que tenía aquel de nombrar Alcaldes y Regidores, hizo todo el Ayuntamiento de su facción, comenzando entonces a maniobrar de muy distinto modo: creció en él la insaciable sed del oro y quiso tomar parte en la imposición del nuevo diezmo de la barrilla. Tomó tanto afecto al mando y a las arcas lanzaroteñas, que habiéndolo llamado a Santa Cruz el Comandante General, hizo que algunos se sublevasen a fin de impedirle el embarque. A su vuelta de Santa Cruz confirmado en el cargo, Creagh continuó sus proezas con más vigor.

El Mayor Guerra, que con poco se conformaba, en un principio gobernó mejor, pero sus hijos y Matías Rancel, el Escribano Público que tenía a su lado, le excitaron la ambición haciéndole ver que el gobierno debía producir algo mas. A partir de entonces fue cuando empezó a dirigir la política de la isla, interviniendo en el nombramiento de los Alcaldes, de modo que designaba a los que eran de su devoción y destituía a los que le eran contrarios, aprovechando para ello cualquier medio o circunstancia.

Es de advertir que siempre hubo un partido que, reunido en torno a los Alcaldes, pretendía contrabalancear el absoluto poder de los Gobernadores, aunque las intenciones de aquellos no fueran diversas de las de estos. Los Alcaldes, para derribar al Mayor Guerra y a su famoso Escribano, se valieron de la voz del Personero y aunque ambos fueron llamados a Santa Cruz, regresaron confirmados en sus empleos. En ese tiempo el Mayor Guerra pudo vencer al partido de los Alcaldes y elegir a uno de su facción: Don Manuel García del Corral. Posesionado éste en su empleo, se le entabló pleito por nulidad de elección, pero Guerra consiguió que se le restituyese, lo que después supo hacer valer muy bien. En otra ocasión fue nombrado Alcalde, Don Manuel Cuevas, quien acabó volviéndose contra el partido que lo nombró y estrechando su alianza con el Coronel Guerra.

Arrecife tuvo muy poca importancia hasta bien entrado el siglo XVIII, pues los riesgos de ataques y su indefensión constituían un auténtico azote. Sólo a finales de este siglo Arrecife comienza a tener importancia, especialmente a partir de la exportación de la barrilla y más tarde de la cochinilla.

En 1780 se comenzó en San Bartolomé la construcción de una nueva iglesia, pues la ermita, de la que era Mayordomo el Mayor, que se había construido en 1669 estaba muy deteriorada, resultando insuficiente para acoger a los feligreses. Para la nueva edificación, promovida por Don Francisco Guerra, los vecinos contribuyeron con un real y medio en concepto de diezmos y primicias, llegándose a reunir 58 pesos y 7 reales de plata cada año.

El Mayor Guerra, que ya había alcanzado un alto prestigio y un gran poderío económico y militar, propuso en 1787 la creación de una Parroquia que abarcara los pueblos de Tías y San Bartolomé, así como concibió se nominase Párroco a su hijo Cayetano que había sido ordenado en 1781 y ejercía su ministerio en la Iglesia Matriz de Teguise.

En la construcción de la nueva iglesia tomó parte activa el Mayor, quién, además de otras ayudas, costeó a sus expensas la Capilla de Nuestra Señora de los Dolores, en la cual se encuentra sepultado junto a su esposa.

A la creación de la Parroquia se habían opuesto no sólo los vecinos de Tías, que deseaban tener la suya propia, sino también los beneficiados de la Iglesia Matriz de Teguise por la reducción de beneficios que sufriría la misma ante la nueva creación, agravando, según sus propias alegaciones, la penuria de las clases desvalidas que no podían ser atendidas como se merecían.

Ante la proximidad de la creación del Curato, y estando a punto de concluir la construcción de la nueva Iglesia, el Mayor Guerra fundó un Patronato para dejar dotada a perpetuidad la Capilla de Nuestra Señora de los Dolores, que él había costeado. En instrumento público otorgado el 13 de Agosto de 1795 se realizó la dotación, que consistía en cuatro fanegas de tierra plantadas de viñas dentro de la Caldera de Montaña Blanca, y otra más de tierra de plantar millo, que no podían ser vendidas ni enajenadas en modo alguno, encontrándose sometidas a la carga y gravamen de que su usufructo fuese destinado al aseo y cuidado de la Capilla, a la función y procesión de Nuestra Señora de los Dolores el viernes de cuaresma en que se celebre y al pago de dos botijas regulares de aceite para el consumo de la lámpara del Santísimo. Se designó a sí mismo Patrono, nombrando como sucesor, para después de los días de su vida, a su hijo Cayetano, aunque el referido nombramiento fue revocado en el testamento del Gobernador, eligiéndose y nombrando para el mismo a su hijo Don Bartolomé.

La Parroquia que había promovido el Mayor Guerra tuvo su principio el 2 de Abril de 1796, bajo la advocación del Santo Patrono que da nombre al pueblo, designándose como primer Párroco al Venerable Cura Rector Don Cayetano Guerra Perdomo y Clavijo. Esta parroquia, hasta 1798 asumió también la jurisdicción religiosa sobre Arrecife, lo que implicaba cierto grado de capitalidad en el contexto de la época, y sirvió poco después de base para la creación del municipio.

El Mayor Guerra, junto con su esposa, otorgó testamento el 15 de Mayo de 1805. La extensión del documento, de diecinueve folios, permite apreciar la recia personalidad del Mayor, quién consciente de su autoridad y de la transcendencia de su disposición, detalló minuciosamente su última voluntad, especificando desde los detalles de sus funerales, para que tuvieran la pompa y gravedad que les correspondía a sus personas, hasta el reparto de cien fanegas de cebada, a la muerte de cada uno, entre los pobres más necesitados o el destino de sus hebillas y chorreras de oro.

Mostraron un exquisito cuidado al procurar dejar a todos sus hijos por igual, compensando a aquellos en quienes menos se habían gastado. A su hijo Don Lorenzo Bartolomé que tan estrechamente había colaborado con él, le legó el sitio de su casa-habitación, con la prohibición de que el legado se dividiese o en modo alguno se enajenase durante su vida, ni la de sus hijos y nietos.

Declararon en el mismo documento, no deber a nadie cosa alguna, pero dejaron indicado a sus sucesores que si se presentase alguna obligación con documento legítimo que lo acreditase, la pagasen de sus bienes.

Especial dedicación mostraron a los numerosos medianeros que cultivaban sus terrenos, pues teniéndolos por hombres de bien, honrados y de puntual cumplimiento, encargaron a sus hijos no los separaran ni despojaran para sustituirlos por otros extraños, a fin de proporcionarles el sustento sin que olvidasen los favores que de su casa habían recibido.

El 3 de Febrero de 1808 falleció en su casa de San Bartolomé el Coronel Don Francisco Tomás Guerra Clavijo y Perdomo.

“En el acto de su entierro se vivía ya una inquietante tensión política, pues el Mayor había hecho una indebida dejación de su poder en manos de su hijo Don Lorenzo Bartolomé. Ante el temor que continuase la hegemonía de la familia Guerra se produjeron desavenencias y disturbios, pues sin haber sido confirmado por la Capitanía General, el joven Capitán Don Lorenzo Bartolomé trasladó a la casa paterna los estandartes del Regimiento que hasta entonces habían sido custodiados en la Capital”.

Los restos del Mayor Guerra y los de su esposa, que falleció el 6 de Mayo del mismo año, reposan en la Capilla de Nuestra Señora de los Dolores y de acuerdo con sus disposiciones testamentarias y con la tradición de la época fueron amortajados con los hábitos del seráfico San Francisco de Asís y del Señor Santo Domingo, respectivamente.

Después de una dilatada vida inmersa en los acontecimientos políticos de su época, llena de avatares, vicisitudes y estratagemas en los que participó y de los que se supo librar, finalizó sus días imprimiéndoles el carácter que siempre le caracterizó. El paso a nuestra pequeña historia, no como el Gobernador o el Coronel, sino como el Mayor, nos revela el afecto y la inquietud que producía en sus coetáneos.

DON CAYETANO GUERRA CLAVIJO Y PERDOMO

PRIMER CURA PÁRROCO DE SAN BARTOLOMÉ

En su primitiva casa del Cascajo, el Mayor Guerra y su esposa Doña María Andrea Perdomo, tuvieron a su primogénito el 12 de Noviembre de 1758 y tan solo una semana después, el 19 del mismo mes, fue bautizado en la Iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe de Teguise, imponiéndosele el nombre de su abuelo paterno: Cayetano.

El Vicario Camacho, quién lo bautizó, también actuó de padrino en su Confirmación celebrada el 23 de Junio de 1773, oficiando la misma fray Juan Bautista Cervera, insigne Obispo de Canarias que inició las obras del Hospital de San Martín, continuó las obras de la Catedral de Las Palmas y fundó, además de una Academia de Moral para instruir al clero, el Seminario Conciliar de Canarias el 21 de Mayo de 1777. El Obispo Cervera que mostró una gran preocupación por mejorar la formación del clero secular, posibilitó así que por las aulas del Seminario Conciliar pasaran muchos de los intelectuales canarios del siglo XIX.

Cayetano Guerra, que deseaba ejercer el sacerdocio, también pasó por estas aulas. Su ordenación, celebrada por el Obispo Herrera y Plaza, tuvo lugar el 6 de Julio de 1781 y tras la misma pasó a ejercer su ministerio en la Parroquia Matriz de Teguise, de la que fue Mayordomo de Fábrica.

La Iglesia aparecía aún como un estamento privilegiado pues, pese a la existencia de distintos grupos e intereses, constituía una institución que disponía de un poder considerable. Aunque si bien es cierto que las rentas eclesiásticas se distribuían de un modo desigual, acaparando los Cabildos Catedralicios la mayor parte y sobreviviendo los curas de las pequeñas parroquias rurales gracias a las primicias y donaciones de los fieles, no lo es menos que el clero mantenía una posición y una consideración social hegemónica, al tiempo que influía en la vida social, pues gran parte de las manifestaciones de la vida pública y privada estaban presididas por la Iglesia.

El Mayor Guerra que, como se ha comentado en las notas a él referidas, participaba activamente en cuantos acontecimientos de interés sucedían en Lanzarote y especialmente en San Bartolomé, concibió, tras la ordenación de su hijo, la división eclesiástica de la isla. El 20 de Abril de 1787 solicitó al Obispo Martín de la Plaza la creación de una Ayuda de Parroquia a Título de Curato bajo la advocación del Apóstol Señor San Bartolomé que, abarcando las jurisdicciones de Tías y San Bartolomé, estuviera ubicada en la Iglesia que se estaba construyendo en este pueblo.

La nueva edificación promovida por el Mayor Guerra había comenzado en 1780, ya que la ermita, amén de encontrarse en deplorable estado, resultaba insuficiente, tanto para acoger las manifestaciones religiosas del engrosado grupo de feligreses, como las expectativas que había cobijado el Mayor.

La construcción respondía a las características de la época, empleándose cantería en los ventanucos y columnas, mampostería en los muros, sillares en las esquinas, arquería de medio punto y en la techumbre se emplea las dos aguas en la nave, cuatro aguas en el prebisterio y capillas laterales y como la mayoría de las construcciones religiosas, techos de madera con algunas reminiscencias decorativas de la tradición mudéjar andaluza. El Mayor no solo promovió la erección del templo, sino que prestó numerosas ayudas, costeó la Capilla de Nuestra Señora de Dolores y fundó un Patronato para dejarla dotada a perpetuidad, luchando por conseguir, además de una nueva Iglesia en su pueblo natal, una nueva Parroquia que viniera acompañada de la reforma del Plan Beneficial de la Isla.

Como puede sospecharse fueron numerosas las oposiciones presentadas, pues ni los vecinos de Tías deseaban integrarse en este Curato añorando la creación del suyo propio, ni los Beneficiados de la Iglesia Matriz de Teguise estaban dispuestos a renunciar a los ingresos de que disponían, pues siendo dicha Parroquia la única con rentas decimales, la nueva creación con la disminución de rentas que se preveía, agravaría, según sus manifestaciones, la penuria de los desvalidos que no podrían ser atendidos como merecían. La firmeza de la oposición dilató la resolución del pleito.

Trasladándose el 29 de Julio de 1792, en viaje pastoral a Lanzarote el famoso Obispo Don Antonio Tavira y Almazán, que había arribado a Canarias el 30 de Noviembre de 1791, corrigió, al igual que en otras islas, las corruptelas que a su juicio se habían introducido en el culto, alivió las cargas de las mandas y capellanías y solicitó informe relativo a las necesidades de la isla y el deseo de los pueblos que querían convertir a sus ermitas en parroquias.

Sin dejar pasar la ocasión, el Mayor Guerra reiteró la creación de su ansiada Parroquia, proponiendo para el cargo a su hijo Cayetano, redoblando esfuerzos y costeando gran parte de los gastos necesarios para la culminación del templo. Cayetano secundó la prolífica actividad paterna y el 11 de Agosto de 1795, encontrándose próxima la creación del Curato, contribuyó al costo anual de la Luminaria que había de arder diariamente con una botija regular de aceite, para ello hipotecó con dicho valor siete fanegas de tierra labradías de las que disponía en Peña Aguda, por haberlas recibida en donación de su padre.

Estando el Obispo Tavira y Almazán de visita pastoral por la isla de Tenerife, firmó el 19 de Abril de 1796 el Auto por el que se crea la Parroquia de San Bartolomé.

Promovido el Obispo Tavira a la silla de Osma y luego a la de Salamanca le sustituyó, por proposición de Carlos IV, Don Manuel Verdugo Albiturría, primer Obispo canario, quien siguiendo la propuesta de su antecesor y para paliar la total falta de auxilio espiritual que tenía la mayor parte de la isla por quedar sus lugares muy distantes de los socorros espirituales, aprobó definitivamente el Plan Beneficial y Parroquial de Lanzarote, fundamentado en el elaborado por el Obispo Tavira.

El Plan Beneficial del Obispo Verdugo, debido a las alegaciones expuestas por los vecinos de Mozaga y Tomaren, que consideraban más adecuado pertenecer al Territorio de la Villa, modifica los linderos de la Parroquia de San Bartolomé dejando fuera los mencionados pagos.

Don Cayetano conoció durante su estancia en el Seminario Conciliar de Las Palmas a Don Diego Nicolás Eduardo, Arquitecto de formación teórica y Tesorero de la Catedral que, por su afición al dibujo, que había perfeccionado en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, creó una Academia en la que se formaron numerosos discípulos.

La Academia de Dibujo, inaugurada en 1787, fue patrocinada por la Real Sociedad Económica de Canarias (Las Palmas). Los miembros del Cabildo Catedralicio, percatados de la idoneidad de Don Diego Nicolás Eduardo, le propusieron para el cargo de Arquitecto de la Catedral, trabajo que simultaneó con su labor docente en la Academia. En sus bancos tomó asiento Luján Pérez, que había nacido el 9 de Mayo de 1756 en Guía, Gran Canaria, quien perfeccionado el dibujo, aprendió los trazados arquitectónicos y la escultura, alcanzando un gran conocimiento de las maderas y las herramientas y aunque tuvo maestros neoclásicos, Luján Pérez eligió el barroco como estilo para esculpir su abundante obra de imaginería.

Terminada la nueva Iglesia de San Bartolomé y después de su inauguración, resultaba preciso dotarla con los elementos necesarios para su normal y buen funcionamiento, por lo que Don Cayetano, conocedor de la obra y fama de Luján Pérez, por mediación del Canónigo Don Diego Nicolás Eduardo encargó al insigne imaginero, durante una visita a Las Palmas, un púlpito para la Iglesia de su pueblo natal. Además de abonarlo íntegramente, Don Cayetano pagó otras cantidades por su transporte y embalaje.

La Iglesia de San Bartolomé no contó desde el principio con tallas, ornamentos o esculturas de famosos imagineros, a excepción de su púlpito y una famosa casulla florentina del Siglo XVII, único ejemplar que existe en la Isla y cuya procedencia se ignora. Actualmente podemos lamentar la torcida interpretación de algunas de las directrices aprobadas por el Concilio Vaticano II, ya que en muchas Iglesias se desmantelaron retablos, se retiraron imágenes y se cambiaron ornamentos. Este nuevo sentimiento que tanto daño hizo a las joyas artísticas de muchos templos religiosos, también llegó a San Bartolomé, en donde se desmantelaron los retablos dedicados a San José, la Inmaculada, el Corazón de Jesús y el famoso Púlpito.

Don Cayetano se mantuvo al frente de la Parroquia hasta el momento de su fallecimiento, acaecido el 28 de Diciembre de 1819. En sus últimos años estuvo asistido por el Presbítero Don Bartolomé Ramírez, aunque sus honras fúnebres fueron oficiadas por el Beneficiado de la Iglesia Matriz Don Mateo Arbelo.

Hasta hace unos años se conservaba en la sala de la casa del Mayor Guerra un óleo de Don Cayetano, incluido en el inventario de bienes que de aquel se hizo el 17 de Noviembre de 1845; se desconoce su paradero actual por haber sido sustraído. El retrato era de autor desconocido, pues en esta época son numerosas las obras anónimas por la escasa consideración que se tenía en Canarias a los pintores. Aparecía fechado en 1799 y en él se leía la siguiente leyenda :

“Venerable Cura Rector Don Cayetano Guerra y Perdomo, Mayordomo de Fábrica de la Iglesia Matriz de esta Isla y Primer Cura de la Parroquia del Apóstol San Bartolomé que tuvo su principio a dos de Abril del año 1796 “.

De la amplia sala, a la pared colgado,

el retrato del clérigo pariente,

que en éxtasis de fe, susurra in mente

el rezo, que un pintor dejó frustrado.

Dos siglos hacen ya, y aquel pasado,

fue en un orden igual, a este presente,

sigue el cura rezando santamente,

como quien su vida a Dios, ha consagrado.

Cien años son, para el talento humano,

espacio suficiente en los progresos

de las ciencias, el arte y lo mundano.

Pero, pasa un siglo y otro siglo pasa,

y hoy, como ayer, los mismos rezos,

se elevan hacia Dios, en esta casa. L.D.S.

LORENZO BARTOLOMÉ GUERRA PERDOMO

Ya había encaminado el Mayor Guerra sus pasos hacia la fama que habría de acompañarlo hasta el final de sus días cuando nació, el 14 de Octubre de 1775, en su nueva casona y en medio de la opulencia, quién sería el cuarto de sus hijos: Lorenzo Bartolomé.

Quizá el más polémico y controvertido de los miembros de la familia Guerra, llegó a escribir una de las páginas no solo de la historia de su pueblo natal, San Bartolomé, sino de la Isla de Lanzarote, la cual llegó a gobernar, aunque no en las circunstancias en que de seguro le hubiera gustado hacerlo.

Se le ha descrito como de buena presencia, trigueño, algo picado de viruelas, serio, de gran carácter y mucho amor propio. Continuador de la tradición familiar, eligió con la anuencia paterna la carrera militar, en la que había alcanzado el grado de Capitán cuando el Mayor, por sus dolencias y avanzada edad, empezó a descargar en él sus funciones. El sometimiento de la casi totalidad de la población lanzaroteña al “Fuero de Guerra“ facilitó este trasvase de poderes, permitiéndole a Lorenzo Bartolomé que a los treinta y dos años de edad detentara, aunque fuera interinamente y por el fallecimiento del Mayor, el cargo de Gobernador Militar de la Isla.

Las diversas pretensiones de distintos miembros de la comunidad lanzaroteña para la designación de Gobernador, provocaron desavenencias y disturbios, lo que indujo al joven Capitán Guerra a trasladar a la casa paterna, donde tenía establecida su residencia, las banderas del Regimiento, las cuales se habían trasladado hasta San Bartolomé para la pompa del entierro del Mayor, acaecido tras su fallecimiento el 3 de Febrero de 1808.

Podía distinguirse entonces, entre la población, dos grupos principales. Uno, el más numeroso y en torno al cual se agrupaba la mayoría de los lanzaroteños, era el constituido por el elemento militar, que contaba con el apoyo de las autoridades militares que se encontraban ubicadas en la isla de Tenerife. Y como manifestación de la fuerte rivalidad que ya existía entre las dos islas más importantes: Tenerife y Gran Canaria, había un segundo grupo, integrado por los descontentos y por el numeroso colectivo de comerciantes que al socaire de la fuente de riqueza en que había comenzado a convertirse la barrilla, habían arribado a la isla. Este segundo grupo disfrutaba de la protección de las autoridades de la Real Audiencia, que se encontraba establecida en Gran Canaria.

Existía también en esta época otra cuestión de palpitante interés local: la rivalidad entre Teguise y Arrecife. Disponía ésta de Ayuntamiento desde 1798 y debido a la guerra que España había mantenido con Inglaterra en 1796, el Juzgado Militar había pasado desde la capital al Puerto y ahora se solicitaba su restitución al municipio de origen. Lo mismo sucedía con la nueva Administración de Correos, que se había establecido en Arrecife durante la contienda.

Sobre este telón de fondo se va perfilando el futuro divisionismo provincial de las islas y queda esbozado el escenario político canario de principios del siglo XIX, el cual tenía su reflejo en el encaro que entre los distintos grupos había en la propia isla de Lanzarote. Estando así la situación tuvo lugar uno de los hechos trascendentales de nuestra historia: la declaración de guerra a Napoleón.

Como respuesta a la invasión francesa, y para suplir la soberanía que la cautividad del Rey había dejado vacante, se fueron constituyendo las Juntas Provinciales que quedaban sometidas a la Junta Suprema Central. En Tenerife, en concreto en La Laguna, se constituyó la correspondiente Junta bajo la presidencia de Don Alonso de Nava y Grimón, VI Marqués de Villanueva del Prado y personaje destacado de la Historia de Canarias que además disponía de una sólida formación intelectual.

Invitadas todas las islas a crear sus correspondientes Juntas Subalternas, debe señalarse que la Audiencia no solo no reconoció a dicha Junta Provincial sino que la declaró ilegal, quedando servido con ello el enfrentamiento entre Tenerife y Gran Canaria.

El 1 de Septiembre de 1808, en el Palacio Episcopal de Las Palmas, cuyo titular era el Obispo Don Luis de la Encina, se celebró una asamblea de la Real Audiencia de Canarias que como se ha mencionado tenía su sede en esta capital, a fin de designar a los representantes de la isla de Gran Canaria en la Junta de La Laguna. Como quiera que esta Junta había cometido una serie de despropósitos con Gran Canaria, entre otros, la detención del Gobernador Militar el grancanario Verdugo, la Real Audiencia acordó no designar representante alguno en la de La Laguna, al tiempo que se constituía en Junta Provincial dependiente de la Central.

El pueblo de Gran Canaria, bajo el liderazgo del teldense Matías Zurita, se amotinó en la Plaza de Santa Ana hasta conocer el resultado de la asamblea que se estaba celebrando. Una vez enterados de lo que se había acordado, Zurita y algunos de sus hombres se dirigieron al Cuartel que se encontraba en la calle de los Balcones para solicitar que les fuera entregado el Sargento Mayor Greagh, representante tinerfeño que había acudido a Gran Canaria con orden de enviar a Tenerife al Regente y al Fiscal. Accediendo el Oficial de Guardia, que era el grancanario Juan María de León, a la entrega solicitada, embarcaron al Sargento en un barco que zarpaba con destino a Tenerife.

Estas rivalidades insulares tuvieron su reflejo en Lanzarote, pues el Cabildo, constituido en su mayoría por personas afines a la causa de Gran Canaria, se atenía a las órdenes de la Audiencia, la cual había dispuesto que la Junta Subalterna se constituyera con su previa aprobación; al tiempo que la Junta creada en Tenerife ordenaba su creación. Y el pueblo de Lanzarote, que pedía con vehemencia la formación de su correspondiente Junta Patriótica, lo único que obtenía eran sublevaciones y tumultos en los que se vio envuelto Don Lorenzo Bartolomé: unas veces porque actuaba en el ejercicio del cargo que desempeñaba, acudiendo tanto cuando se recababa el auxilio del Gobernador de Armas, requerimiento que como puede sospecharse realizaban las autoridades partidarias de la Junta de Tenerife, como cuando actuaba contra la actitud de violencia que adoptaban las autoridades indebidamente nombradas por la Audiencia, y otras porque actuaba en defensa de los ataques directos que sufría por las pasiones y deseos que el desempeño de la gobernación despertaba.

Deseosa de solucionar los problemas que dividían a las islas, la Junta Central decretó el 6 de Junio de 1809 que se devolvieran a la Audiencia sus antiguos poderes. Se disolvieron la Junta de La Laguna y las Subalternas que se habían creado en las islas menores, eligiéndose como vocal representante de las islas en la Junta Central al Marqués de Villanueva del Prado.

Habiendo dimitido o siendo cesados quienes ocupaban sus cargos por haberlos recibido de la Junta Patriótica, se aprovechó este vacío por algunos de los afines a la Audiencia y a las nuevas autoridades, quienes moviéndose habilidosamente lograron que se les posesionara de determinados cargos, lo que ocasionó que el 17 de Febrero de 1810 se recibiera una provisión de la Real Audiencia en la se encomendaba al Capitán Don José Feo Armas el Gobierno Militar.

Don Lorenzo Bartolomé que no se encontraba en la isla en esas fechas por haberse trasladado a Tenerife para mover sus influencias y así recabar el ansiado nombramiento de Gobernador, se sorprendió amargamente al recibir la noticia de lo acaecido. No obstante, sus gestiones se encontraban muy avanzadas, pues sospechando los miembros del Cabildo lanzaroteño, que se había constituido al mando del Gobernador interino Don José Feo y Armas y sus parciales, lo que se les podía venir encima si se designaba Gobernador de las Armas y Coronel a Don Lorenzo Bartolomé, ordenaron a Don José Feo que como Gobernador Militar no entregase el mando a persona alguna cualquiera que fuera su graduación, así como tomase las medidas necesarias para impedir cualquier acto que pudiera poner en peligro la designación realizada. Teniendo noticias de todo ello, Don Lorenzo Bartolomé aceleró aún más si cabe sus gestiones, hasta conseguir finalmente su nombramiento.

Conociéndose a su vez en Lanzarote la designación de Don Lorenzo Bartolomé como Gobernador Militar y que éste se proponía arribar inmediatamente a la isla, se puso a la misma en verdadero pie de guerra a fin de impedir su desembarco. Se cubrieron las playas con soldados y vigías permanentes, se acumularon en Teguise la mayoría de los cañones y municiones de las fortalezas de la isla y se dispuso, para una mayor seguridad, que el Gobernador Militar interino y el Alcalde Mayor pasasen las noches en el convento de Santo Domingo, con la tropa necesaria para repeler cualquier posible agresión. Por último se dictaron severas órdenes para quienes criticaran las disposiciones del Gobierno Militar y Civil de la isla.

Pese a ello no pudieron evitar que en toda la isla reinase la anarquía y se promoviesen disturbios y alborotos populares que iban en aumento conforme cundía la noticia de la pronta llegada de Don Lorenzo Bartolomé con su nombramiento. Algunos de estos desórdenes fueron propiciados por la actuación del Escribano Público Rancel, colaborador fiel de los Guerras y a quién se le practicaron algunas diligencias con el fin de aclarar los mismos.

El 4 de Junio de 1810 desembarcó en el Puerto del Arrecife el Coronel Guerra. Llegó acompañado de varias personas y portando la orden del Capitán General de Canarias de que se le hiciese entrega del mando militar y se le reconociese como Coronel y Gobernador de las Armas de Lanzarote, lo cual acató de inmediato el Comandante Militar de Arrecife Don Ginés de Castro.

Extendida la noticia del desembarco de Don Lorenzo Bartolomé y que se le habían entregado el mando de los castillos de San Gabriel y San José, las campanas de Teguise comenzaron a tocar a rebato y las gentes de los pueblos se pusieron en movimiento incorporándose, unos de buena voluntad y otros a la fuerza, bien al grupo dominante en Teguise o a las filas del legítimo Gobernador.

Lorenzo Bartolomé recogió todos los víveres que pudo, se reunió con los artilleros y amigos, y se parapetó tras los muros de los dos castillos del Puerto, comunicándose por mar de uno a otro y sirviéndose para ello de una pequeña lancha.

Don José Feo se encontraba reprimido para obrar con la libertad que las circunstancias requerían, pues pese a que había recibido órdenes severas del Capitán General de entregar el mando y reconocer como Coronel al Señor Guerra, y parece ser que era este su íntimo deseo, por otro lado se encontraba amenazado por el Cabildo para que no abandonara el cargo, dejándose llevar finalmente por los partidarios que le proclamaban para perseguir a sus contrarios.

Al día siguiente de la llegada de Don Lorenzo Bartolomé, se organizó contra él y con la finalidad de arrestarlo, una expedición que partió de Teguise hacia el Puerto. La gente bajó en tropel a atacar al Castillo de San Gabriel armados con fusiles y palos, hicieron un continuo y desconcertado fuego desde el puente que no se había izado. Desde la fortaleza gritaban a los atacantes que se retirasen, ya que si no dispararían. El Gobernador Guerra había puesto mucho interés en que no se hiciese fuego, solo en caso que la situación fuese extrema, y aquella misma tarde se dirigió por mar a dar sus disposiciones al Castillo de San José. Como la muchedumbre seguía acercándose y molestando, el Subteniente Leandro Camacho y Manuel Valentín López decidieron disparar por alto un cañonazo con metralla; pese a la precaución resultaron dos heridos y un fallecimiento de entre los sitiadores. Al instante estos huyeron como pudieron, pues el puente, ante el ímpetu de este segundo ataque, había sido levado por el patrón Antonio de Brito.

Con el nuevo amanecer se repitió el enfrentamiento, siendo su saldo esta vez de algunas víctimas y gran cantidad de prisioneros caídos en poder de las tropas de Don Lorenzo Bartolomé, ya que sus partidarios habían tomado la precaución de varar en el islote del Castillo de San Gabriel los barquitos y lanchas de pesca para que la soldadesca contraria no tuviese en que transportarse al ataque de dicho fuerte. Como resultado de estos contratiempos los atacantes suspendieron las hostilidades y Don Lorenzo Bartolomé, el día 12 del mismo mes, liberó a los prisioneros, comunicando por escrito a los miembros del Cabildo, su interés en que se celebrara una conferencia en el Castillo de San Gabriel. Se designó una comisión que bajó a Arrecife el día catorce, pero que ya no pudo ser recibida por el Señor Guerra, pues éste la noche anterior, ante la actitud de las autoridades de la isla y las dificultades que representaba el aprovisionamiento de su gente ante el cerco que se le había tendido, y considerando que defender su cargo aunque le asistiera la razón, no merecía el derramamiento de ni siquiera una gota más de sangre, aprovechó el mismo velero que lo había traído, embarcando de nuevo para Tenerife, de donde ya nunca regresó, pues al poco de arribar a Santa Cruz, que estaba azotada por una epidemia de fiebre amarilla que desde Cádiz se había propagado, se contagió de ella, falleciendo en Noviembre de 1810.

.

Al mes siguiente el Duque del Parque fue nombrado Capitán General de Canarias y Presidente de la Audiencia, acaparando en su persona la máxima autoridad civil y militar de las islas. Decidido a finalizar con las discrepancias de las autoridades de las islas y estimando que ello sucedía así por ser aquellas naturales de las islas en las cuales ejercían sus cargos, decretó que en adelante se nombrasen para los cargos militares a personas no naturales de ellas. A Lanzarote envió a Don José Perol, su Ayudante de Campo, para que tomase el Gobierno Militar y al Licenciado Betancourt para el cargo de Alcalde Mayor, pasando Don José Feo preso a Santa Cruz. A otros acérrimos cabildistas se les expulsó de la isla, cesando totalmente los alborotos y enfrentamientos, comenzando un periodo de tranquilidad y sosiego en Lanzarote.

Don Lorenzo Bartolomé que falleció soltero, pudo escribir una brillante página de la historia lanzaroteña, pues prestó todo su entusiasmo y sus esfuerzos a sus paisanos y se encontraba capacitado para realizar un buen gobierno como lo demuestra su retirada a Tenerife con el fin de evitar derramar sangre innecesaria pese a la razón y legitimidad que le asistía, pero hubo de sufrir la desgracia que otros lo exaltaran al tomarlo por enseña.

FRANCISCO DE LA CRUZ GUERRA FERRER

Fue el primogénito y único varón de los tres hijos nacidos del matrimonio habido entre Don Domingo Guerra Clavijo, único hermano del Mayor Guerra, y Doña Rafaela Rita Ferrer Rodríguez de Aguiar.

Miembro destacado de la predominante familia Guerra, continuó con la ya conocida tradición militar de los mismos, ocupando a pronta edad el cargo de Teniente; enseguida ascendió a Capitán y llegó a desempeñar el puesto de Teniente Coronel, para el que fue nombrado el 26 de Septiembre de 1835.

Las Milicias Provinciales, que se conocían con el nombre de Tercios, habían pasado a llamarse Regimientos a partir de 1770. Por Orden de fecha 22 de Abril de 1844 se transformaron los hasta entonces Regimientos en Batallones, y Don Francisco, que en esa fecha ya había alcanzado el grado de Coronel se convirtió en el primer Jefe del Batallón de Lanzarote, si bien fue breve el intervalo de tiempo en que pudo ejercer la jefatura, pues la muerte le sorprendió el 6 de Julio de 1844, cuando ya se encontraba en una edad avanzada.

Cuando aún no había cumplido los 18 años contrajo matrimonio con su prima hermana Doña Sebastiana Guerra Perdomo, que apenas había cumplido los quince y era la penúltima de los hijos del Mayor Guerra. De este matrimonio, que se celebró el 14 de Octubre de 1793, nacieron nueve hijos, de los que solo pervivieron los varones: Francisco Cayetano, Salvador, Bartolomé, Juan Vicente, Teófilo José y Fermín.

Don Francisco de la Cruz, que llegó a ocupar los cargos de Juez Militar y Alcalde de su pueblo, compró a la Hacienda Pública la isla de La Graciosa y en consecuencia pretendió que sólo pastasen en ella sus ganados. Aquellos que se creyeron perjudicados por tal medida aprovecharon las protestas que por entonces cundían contra otro de los Guerras, el primo hermano del nuevo propietario: Don Lorenzo Bartolomé, al coincidir en el tiempo aquel incidente con las revueltas que perturbaban a la isla con la llamada “Guerra Chica“ , que ya quedó relatada al transcribirse los acontecimientos que rodearon al segundo Gobernador de la familia Guerra

.

La preeminencia de los Guerra, provocaba que muchas de las decisiones adoptadas por éstos finalizaran en controversia, fundamentándose ésta muchas veces en la simple ojeriza que los mismos levantaban por el poder que acumulaban.

Siendo Don Francisco de la Cruz Alcalde se planteó en San Bartolomé la necesidad de construir un cementerio, pues hasta entonces y como era costumbre, los enterramientos tenían lugar en el interior del templo. Observándose en el mismo olores desagradables se decidió como imperiosa la necesidad de edificar un camposanto.

“El veinte de Agosto de 1809, Don Francisco de la Cruz, ante el agobio de los calores, convocó por medio de Edicto a sus vecinos a fin de informarles de este urgente asunto y para que manifestaran su parecer. Enterados que la Parroquia estaba por entero ocupada y que se observaba un principio de cierta fetidez que podía constituir cierta amenaza de alguna peste, los vecinos decidieron sin perder un momento que debía iniciarse la nueva construcción, aunque se suscitaron dos principales opiniones sobre el emplazamiento del Cementerio. Los adictos al Alcalde y su familia, que constituían la mayoría, eran partidarios que se ubicara junto a la Iglesia, en su parte de Poniente, mientras que otros, por encontrar inconvenientes en situarlo dentro del pueblo, se inclinaron por hacerlo fuera”.

“Estos disidentes de la opinión mayoritaria constituyeron una Junta que se celebró para informar y tratar de convencer al resto del pueblo del inconveniente de construirlo dentro del mismo. Con la opinión en contra de unos pocos, la mayoría de los vecinos decidieron que el Cementerio debía construirse junto a la Iglesia, ofreciéndose para repartirse el costo de los terrenos donde habría de ubicarse y comenzar las obras de inmediato. Nada más iniciarse las mismas, quienes estaban contrariados de su decidido emplazamiento expusieron su queja ante el Alcalde Mayor de la Isla y éste después de oírles solicitó al Juez que se suspendiera la mencionada fábrica hasta que con un mayor conocimiento de causa se destinase un sitio más a propósito para ello y en donde menos peligrase la pérdida de su objeto. Esta petición del Alcalde Mayor convenció al Juez quien considerando lo importante y útil de la pretensión, accedió a ello librando el correspondiente despacho para que se verificase su publicación en el primer día festivo después de la misa”.

“Dado que la providencia era un tanto agria, el Párroco, que no era otro que Don Cayetano Guerra, primo del Alcalde, se la entregó y éste dándola a conocer a los vecinos provocó que los partidarios de la construcción junto a la Iglesia se opusieran a la suspensión de las obras, quejándose porque también querían en justicia que se les oyese así como que se realizasen las pruebas periciales y los reconocimientos oportunos antes de dictar la debida resolución judicial”.

“Estas desavenencias duraron algún tiempo, culpándose de ellas en gran parte al Juez por su tolerancia. Las diferentes opiniones, con sus correspondientes quejas e intervenciones judiciales trajeron consigo la inevitable paralización de las obras del cementerio, al tiempo que se agravaba la situación dentro de la Iglesia al no poderse enterrar más cadáveres en la misma por encontrarse ésta totalmente ocupada”.

Ante esta difícil y peligrosa situación, el Alcalde no dudó en adoptar el 27 de Agosto de 1809, y apoyado por las fuerzas vivas del pueblo, la determinación de construir el Cementerio junto a la Iglesia, como se tenía previsto; respecto a los gastos de la fábrica de las paredes, puertas y demás, acordaron los reunidos que recorrerían el pueblo a fin que los vecinos voluntariamente accedieran a abonar el costo de las obras, y si con los ofrecimientos de estos no se cubriera el gasto, se repartirían, prudentemente, el monto que faltase.

Saliendo triunfante la postura defendida por el Alcalde y su familia, muy pronto se finalizó el nuevo Cementerio, comenzando en él los enterramientos en 1810.

El pueblo de San Bartolomé que desde un principio estuvo asentado en la falda del Volcán de Emine, en el lugar de la antigua Ajei, siempre estuvo amenazado por el jable, esas arenas volanderas que entrando en la isla por la costa de Famara la atraviesan para luego hundirse en el mar por las costas del sur, en la zona de Playa Honda. Como muchas edificaciones acababan enterrándose por el jable, algunos vecinos comenzaron a construir sus viviendas más al poniente, hacia los Morros del Cascajo.

En 1830 el entonces Párroco, Don Baltasar Perdomo, presentó a Don Francisco de la Cruz un interesante trabajo acompañado de un croquis de la zona del jable, en el que indicaba que las arenas se iban extendiendo poco a poco por los lugares colindantes, sobre todo Mozaga y San Bartolomé, por lo que estos pueblos habían tenido que buscar un nuevo emplazamiento huyendo del jable. Este asunto siempre preocupó a los vecinos y ante la agravación de la situación, en un pleno celebrado en el Ayuntamiento de Teguise el 30 de Octubre de 1842, se acordó plantar algunos arbustos para contener las arenas en la zona de Famara, nombrándose una comisión que llevase a efecto el acuerdo, se decidió que, entre otros, integraran la misma el Coronel Don Francisco de la Cruz Guerra y el Párroco de San Bartolomé Don Bartolomé Cabrera Bethencourt.

Don Francisco falleció en San Bartolomé el 6 de Julio de 1844, dejando numerosa descendencia, de la que destacamos, al primogénito Francisco Cayetano Guerra Guerra, militar como sus antepasados, y Fermín Guerra Guerra, también militar y Alcalde de San Bartolomé, como su progenitor.

FRANCISCO GUERRA BETHENCOURT

Uno de los más ilustres nietos del Mayor, fue el personaje que ahora nos ocupa. Segundo de los hijos del Coronel Don José Guerra Clavijo y Perdomo y de Doña Rosa Bethencourt Brito, nació en San Bartolomé en 1785.

Alvarez Rixo lo describe físicamente: ”era de rostro blanco rosado, algún tanto largo, cabello negro, ojos vivos, oscuros, y mirar algo sobre sí o como desconfiado, nariz pequeña, boca regular y labio inferior algún tanto grueso, no muy poblado de barba, cuerpo de buen alto, delgado y cuando andaba era un poco inclinado de rostro y espalda”.

Su padre tenía el entonces deseo común entre las familias de cierta posición, que destacara de entre los miembros del clero. Siguiendo los pasos de su tío Cayetano, que había estudiado allí, y para tal fin, fue enviado una vez que tuvo edad, al Seminario Conciliar Diocesano de Las Palmas.

Aunque sin vocación para la carrera eclesiástica, como lo ratifica su decisión de no ordenarse, su estancia en el Seminario y su contacto con algunas de las figuras más sobresalientes de Canarias, le permitió imbuirse de las ideas ilustradas y liberales.

Por su buena disposición al estudio, enseguida se distinguió de entre sus compañeros, disfrutando del aprecio y la distinción de algunos de sus catedráticos, sobre todo de aquellos que viendo su natural talento y su progreso en la nueva doctrina, se caracterizaron por ser hombres ilustrados.

Así Don José Viera y Clavijo, que siempre puso de manifiesto una gran formación humanística, filosófica y teológica, y que después de ordenarse sacerdote y de viajar por España, Francia, Países Bajos, Italia, Alemania, Suiza, donde conoció libros e ideales de “La Enciclopedia“ y a los ilustrados franceses Voltaire y Diderot, estableció su residencia en Las Palmas de Gran Canaria, en donde entró en contacto con el joven Guerra, quién al mostrar gran interés por las nuevas concepciones pudo disfrutar ampliamente de las enseñanzas, el ingenio y la compañía del insigne historiador.

Otro de los canarios ilustres con el que tuvo un estrecho contacto el joven lanzaroteño fue Graciliano Afonso, Catedrático de Lógica, Metafísica y Física del Seminario, y verdadero reformador de las enseñanzas en el Seminario, donde formó a los eclesiásticos más relevantes de la época.

Ambos, Afonso y Guerra, no sólo compartieron ideas y viandas, pues parece ser que el primero gustaba de convidar al segundo, sino también la persecución del Tribunal de la Inquisición y una larga estancia en América.

Después de ser propuesto en 1807 Colegial Decano del Seminario y de concluidos sus estudios, regresó a su San Bartolomé natal. José Agustín Alvarez Rixo, que también cursó estudios en el Seminario Conciliar entre 1807 y 1809, relata “que en estos primeros tiempos se ocupaba en leer lo que quiera que se le presentaba, así como a participar en fiestas y diversiones que se celebraban tanto en casa de sus familiares como de sus amigos. Gozaba de cierto éxito entre las mujeres y con tendencia a ironizar sobre las gentes y sus costumbres. Se cuenta que en cierta casa de Teguise se encontraban dos vecinos, llamado uno Ignacio y otro Casañas, los cuales se encontraban preocupados por los conflictos de la Isla en aquel año de 1810, entre ellos la llamada “Guerra Chica“ protagonizada, como ya vimos, por su tío Don Lorenzo Bartolomé; cuando Francisco pasó por allí del brazo de dos señoras que le preguntaron si aquella era la Casa de los Cabildos, les contestó: “aquí es donde se juntan los Ignacios y Casañas, con las cabezas huecas como cañas“.

La hegemonía y el poder de los Guerras, que motivaba cierto resquemor entre determinados sectores, no impidió que se le reconociera como el mejor en desempeñar la defensa de sus paisanos en asuntos judiciales y gubernativos.

“Aprobada la primera Constitución política de la Monarquía española, que se promulgó el 19 de Marzo de 1812, en concordancia con sus ideas liberales, dio rienda suelta a su excelente pluma y a su carácter sarcástico escribiendo diversos artículos, entre los que cabe destacar el “Soneto y Epitafio“ dirigidos al M. Rdo. P. Fray Antonio Verde, ex.comisario del recién extinguido Santo Oficio de la Inquisición, que se imprimió en La Laguna por Miguel Angel Bazzati, en 1813”.

“Tras el regreso de Fernando VII a España, y derogada la Constitución, se anula la labor legalista llevada a cabo al tiempo que se impone el más puro absolutismo, con lo que comienza la persecución de los liberales. Restaurada, aunque fuera brevemente, la Inquisición, se le instruyó en 1815 un sumario por haber compuesto el “Soneto y Epitafio“ con expresiones malsonantes e injuriosas al Tribunal. Asimismo, en 1816 los inquisidores participaron a la Suprema haber recogido un libro prohibido de sus manos, se trataba de la “Historia de Carlos XII“, Rey de Suecia, impreso en Basilea en 1754. En su biblioteca se hallaron también numerosos libros prohibidos, a lo que replicó con su habitual seguridad, que: ignorando si estaban o no prohibidos los había leído”.

“José Desiré Dugour cita también una obra satírica “La Laburiada“, escrita en contra del Comandante General don Pedro Rodríguez Laburia, que una vez en el poder apoyó a los perseguidores de su persona y familia”.

“En 1817 Francisco fue llamado a Tenerife por el Comisario Regio Don Felipe Sierra y Pambley, que le dio un destino a sus órdenes, ignorándose si la obtención del cargo se debió a su talento o a una recomendación poderosa, pues su padre el Coronel Don José Guerra se encontraba destinado en Capitanía General”.

En cualquier caso, obtuvo tal éxito con su gestión que fue continuo el ofrecimiento de tareas y puestos a desempeñar, llegando a ocupar el cargo de Administrador de Rentas decimales, así como interinamente, la Secretaría de la Diputación Provincial de Canarias.

“Después del triunfo absolutista de 1823 y ante el temor de ser perseguido y ver confiscados sus bienes, vendió sus cuantiosas propiedades y durante ese año y parte del siguiente viajó por Europa. Tras una estancia en Tenerife en 1825 y ante la falta total de perspectivas en Canarias, pasó a engrosar la migración canaria a Cuba, en cuya región rural de Matanzas desempeñó una Cátedra de Latín e Idiomas. Permaneciendo allí hasta 1831, aprovechó su estancia para contribuir al desarrollo de la actividad intelectual criolla y a la propagación de las ideas ilustradas y liberales”.

“Como muestra de su entender literario, cabe mencionar su “Bachillerías e ignorancias de los Redactores de La Aurora de Matanzas para llenar papel, o insulto hecho a Don Tomás de Iriarte y a la Provincia de Canarias “, comunicado realizado por Francisco Guerra a un artículo titulado “Literatura. Iriarte. Don Tomás“ publicado en 1829 en aquel periódico y en el que se zahería al eminente fabulista y de reducida a las Islas Canarias”.

La clausura de su Cátedra por motivos económicos, le hizo trasladarse a La Habana, donde continuó con sus actividades intelectuales, pero ese mismo año, el de 1831, comenzó a sentirse enfermo, lo que acabó motivando su traslado a Madrid, donde desempeñó un cargo ministerial, si bien, durante un breve intervalo por lo delicado de su salud, que le condujo sin remedio a su fallecimiento, soltero, acaecido el 22 de Marzo de 1836, a los 51 años de edad, designando heredera a su hermana viuda María Dolores.

El más ilustre y liberal de los Guerra no pudo evitar que sus ideas, puestas de manifiesto por su incansable actividad literaria, fueran impresas y difundidas más allá de los días de su existencia.

FRANCISCO CAYETANO GUERRA GUERRA.

La historia de la familia continúa a través de este nieto del Mayor Guerra, hijo de Don Francisco de la Cruz Guerra Ferrer y de su prima hermana Doña Sebastiana Guerra Perdomo; nació en San Bartolomé el 15 de Marzo de 1795 y recibió en el bautismo los familiares nombres de Francisco Cayetano.

Como la mayor parte de sus parientes y antepasados, hizo de las armas su profesión, alcanzando el grado de Capitán y ocupando el cargo de Ayudante Mayor del Regimiento Provincial de Lanzarote.

Al igual que sus padres, Francisco Cayetano contrajo matrimonio con una prima hermana, Doña Damiana Andrea Bethencourt Guerra, con la que se casó el 4 de Enero de 1820. La vetusta casona del Mayor Guerra, que a los contrayentes les resultaba tan familiar por haber sido aquél abuelo de ambos, pasó a convertirse en la residencia del joven matrimonio.

Recordemos que el Mayor y su esposa dispusieron en el Testamento que la casa pasaría a disposición de su hijo Don Lorenzo Bartolomé imponiéndole a éste la limitación que durante su vida y las de su hijo y nieto no pudiera aquella en modo alguno dividirse ni enajenarse. Falleciendo soltero Don Lorenzo Bartolomé fue imposible dar cumplimiento a tal disposición y la propiedad pasó a manos de su hermano mayor el Venerable Cura Don Cayetano, quien a su muerte, acaecida en el año 1819, se la legó a su sobrino Don Francisco Cayetano, dándose la coincidencia que fue este quién siguió la línea del apellido familiar.

La gran personalidad de Don Francisco Cayetano revelaba en él el carácter indómito de sus antepasados, del que en más de una ocasión hizo gala, como cuando al nacer muerto uno de sus hijos se negó a enterrarlo en la casa mortuoria o “chercha”, lugar éste del cementerio destinado a los no bautizados. Al no obtener el permiso del Párroco para enterrarlo como él pretendía, lo hizo en los alrededores de su casa. Esta práctica que ya no era frecuente en la época, escandalizó al Párroco que puso lo acaecido en conocimiento del Alcalde y del Sr. Obispo a fin de que adoptasen las medidas oportunas. El Alcalde, para evitar males mayores decidió convencerlo, indicándole que el enterramiento realizado suponía una transgresión de la Ley, accediendo finalmente Don Francisco Cayetano a desenterrar el cadáver y conducirlo durante la noche al Cementerio, teniendo que fracturar su puerta por encontrarse la misma cerrada.

La familia Guerra Bethencourt tuvo su residencia en la casa del Mayor Guerra hasta el fallecimiento de su esposa, Doña Damiana Andrea. Tras el óbito, Don Francisco Cayetano se trasladó a Arrecife, a residir en la casa que su familia poseía en la entonces llamada Calle Nueva, hoy Fajardo, esquina a Francos, aunque más tarde regresó a San Bartolomé donde falleció el 10 de Octubre de 1845.

De los seis hijos habidos del matrimonio la mayoría eran menores de edad en el momento de fallecer Don Francisco Cayetano: Bárbara Damiana (24 años), María del Carmen (19), María Andrea (16), Salvador (14), José María (13) y Francisco Cayetano (9). Como los huérfanos no pudieron quedarse bajo la custodia de su abuela materna, Doña Manuela Eulalia Guerra Perdomo, por su avanzada edad y continuos achaques, se hizo cargo de los niños y sus propiedades su tío materno Don Francisco María Bethencourt Guerra, hasta tanto se designase un tutor legal. En Noviembre del mismo año del fallecimiento de Don Francisco Cayetano se inventariaron todos sus bienes muebles y raíces y sus hijos mayores, que se consideraban aptos para designar curador, en Enero del año siguiente ratificaron como tal a su tío Francisco María, quién debió prestar la oportuna fianza, aunque posteriormente, en Agosto de 1850 renunció a la tutela de los menores, alegando para ello la causa legítima que le asistía.

Los huérfanos aún menores nombraron entonces nuevo tutor y curador, designándose en esta ocasión a Don Cayetano Martín Monfort, quién el 2 de Diciembre del año anterior había contraído matrimonio con la mayor de los hermanos: Doña Barbara Damiana. A Don Cayetano Martín se le confirieron poderes y facultades suficientes para cuidar de la educación y enseñanza de los menores, así como para administrar debidamente sus bienes.

Este nombramiento, dada la condición de militar del finado Don Francisco Cayetano, fue debidamente aprobado el 26 de Febrero de 1856 por el Excmo. Sr. Don Agustín Nogueras, entonces Teniente General de los Ejércitos Nacionales y Capitán General de la Islas, una vez que Don Cayetano hubo depositado la fianza correspondiente y el necesario aval que le fue dado por su padre Don Sebastián Martín Perdomo.

El matrimonio formado por Don Cayetano y Doña Barbara Damiana residía en la Casa del Mayor Guerra en compañía de los hijos que iban teniendo: Francisco Cayetano, Manuel Luis, Sebastián (quien sería conocido posteriormente como el “Tío Sebastián“), Rafael y Margarita, así como los hermanos de aquella, que poco a poco fueron abandonando la casa, a medida que contraían matrimonio. Primero lo hizo María Andrea, y luego le siguieron María del Carmen y Salvador, mientras que los hermanos pequeños se quedaron algunos años más

JOSÉ MARÍA GUERRA BETHENCOURT

Hijo de Don Francisco Cayetano Guerra Guerra y de Doña Damiana Andrea Bethencourt Guerra, nació en San Bartolomé de Lanzarote el 8 de Diciembre de 1831. Al fallecer su padre, en Noviembre de 1845, los Guerra Bethencourt quedan huérfanos, y como ya se ha comentado, pasaron los menores a ser tutelados primero por su tío Don Francisco María Bethencourt Guerra y más tarde por Don Cayetano Martín Monfort, que había contraído matrimonio el 2 de Diciembre de 1849, con Doña Bárbara Damiana Guerra Bethencourt, la mayor de los hermanos.

La economía lanzaroteña que por los buenos precios de los cereales, el comercio del vino y el auge de la barrilla, había experimentado un gran crecimiento en la primera mitad del siglo XIX, en su segunda mitad atravesó por una enorme crisis al ser continuas las sequías, al caer el precio de la barrilla y por el poco valor de las cosechas.

Alentados por las calamidades y sequías que se iban sucediendo, fueron muchos los canarios que emigraron a tierras americanas, especialmente a Uruguay, Cuba y Puerto Rico, con destino a las labores agrícolas, sobre todo por el resurgimiento del cultivo de la caña de azúcar y porque el canario encontraba allí cierto parentesco o afinidad étnica. De esta influencia migratoria no se libraron los hermanos pequeños de Doña Barbara Damiana. Para costearse el viaje José María y Francisco vendieron parte de su herencia a su hermana mayor, quién ya había ido comprando parte de la casa a los hermanos que con anterioridad habían abandonado el hogar familiar.

Con el estallido de la Guerra Grande en Uruguay, se agravó la situación de los emigrantes, resultando obligado alistarse en la Guardia Nacional los comprendidos entre los 14 y 45 años, dándose casos de ver a niños de 12 años en primera línea de combate. Este hecho dio lugar a muchas protestas, entre ellas la del Alcalde de Arrecife Don Rafael Rancel, por el peligro que suponía para los emigrantes esta contienda, al encontrarse en aquel país casi la mitad de la población lanzaroteña, muchos de los cuales habían llevado consigo toda su familia.

Cuba, que demandaba gran mano de obra, para el floreciente cultivo del tabaco y la caña de azúcar, fue el destino de muchos emigrantes canarios, los cuales, después de haber trabajado intensamente durante varios años retornaban mayoritariamente a la tierra natal. Los canarios gozaban de preferencia en todos los trabajos que se realizaban en la Perla de las Antillas, que además de los agrícolas, se dedicaban al comercio ambulante y tenían acceso a la propiedad de reducidas parcelas.

En el último tercio del siglo XIX, las clases dominantes y los grandes terratenientes cubanos, coincidiendo con el auge de los cultivos, la creciente influencia de los Estados Unidos y la revolución industrial, implantaron la mecanización de las labores agrícolas, con la consiguiente disminución de mano de obra, llegándose hasta el extremo de trasladar obreros a otras islas antillanas, al mismo tiempo que se iba extendiendo cierto sentimiento de independencia, que obligó, durante esos años, a quienes pensaban emigrar, dirigirse a otras tierras, entre ellas, a Puerto Rico, debido al crecimiento agrícola y sobre todo a la gran expansión del cultivo de la caña de azúcar, dando lugar a que en años anteriores, el Intendente General Alejandro Ramírez, comenzase con una política de promoción de mano de obra hacia la isla, refrendada por Fernando VII, con la Real Cédula de Gracias orientada a potenciar la entrada de población blanca.

La profunda crisis registrada en Lanzarote, el empobrecimiento y la creciente carestía de las condiciones de vida, fueron las principales razones por las que los hermanos José María y Francisco Guerra Bethencourt, decidieran emigrar a Puerto Rico, desembarcando en San Juan, único puerto de la isla en aquella época. De San Juan marcharon a Mayagüez donde se establecieron como agricultores. José María compró una finca en 1879, en Punta Arena, barrio del pueblo de Cabo Rojo, dedicada al cultivo de cocos. Francisco adquirió otra propiedad en el pueblecito de Las Marías.

Francisco permaneció soltero, no así José María, que se casó cuatro veces y dejó numerosa descendencia. Falleció en Cabo Rojo, el 10 de Marzo de 1902, a la edad de 71 años. Uno de los hijos de José María Guerra, Francisco Guerra Ramos, mostró siempre vivo interés por conocer la tierra de sus antepasados y en uno de sus escritos fechado en Marzo de 1947, desde Mayagüez, escribió:

“Siempre he tenido vehementes deseos de ir a conocer el país, cuna de mi querido padre y tener la satisfacción de conocer a toda esa querida familia, que no por residir en tierras tan lejanas, es menos querida; pero, la diosa Fortuna no ha sido muy pródiga conmigo y cuando me estaba favoreciendo, en Febrero del año pasado, un incendio a poco me deja en la miseria. Como descendiente de una raza de verdaderos luchadores, como fueron nuestros antepasados, hice frente a la situación y, aquí me tienes, en la brecha, tratando de recuperar lo perdido. Si mi vida se prolonga ¡ quién sabe si algún día pueda tener tan inmensa dicha!“

La sangre llama al corazón que siente

un algo superior hay que reclama,

aviva y sopla la candente llama

de un vincular amor que está latente.

Cuando pienso en el viaje del pariente

tan a su sangre y origen arraigado,

digo: es propio de un Guerra, del pasado,

reencarnado en un Guerra, del presente.

Podrá la vida antojadiza y loca,

al águila expulsar de la alta sierra,

y su nido formar en otra roca.

Pero si hay corazón, si se es un Guerra,

al quien su estirpe el patriotismo invoca,

en sangre de su ser, vuelve a su tierra.

Francisco no pudo ver realizado su sueño. En cambio sus hermanos Salvador, Ulpiano y Dolores, así como otros descendientes de la amplia familia Guerra establecidos en Puerto Rico y Estados Unidos, visitaron, en diferentes épocas, la isla de Lanzarote y la casona del Mayor Guerra.

SEBASTIÁN MARTÍN GUERRA

“EL TÍO SEBASTIÁN“

Quizás para olvidar la altivez de algunos de sus antepasados, la historia de la familia quiso detenerse en el Tío Sebastián, el último morador de la casa del Mayor Guerra, en el que concurrieron tan notables virtudes que pudo disfrutar de una vida rodeada del aprecio de cuantos lo conocieron.

Nació un caluroso 30 de Julio, el de 1856, en la casa que había acogido a sus antepasados; su bautizo que acaeció al poco de su nacimiento, fue oficiado por el Vicario de la Isla Don Juan de Montesdeoca, siendo su madrina Doña María del Carmen Ramírez.

De los cinco hijos habidos en el matrimonio de Don Cayetano Martín Monfort y Doña Bárbara Damiana Guerra Bethencourt, Sebastián fue el tercero. De sus hermanos mayores, podemos comentar escuetamente que el primogénito, Francisco Cayetano, se casó en Guatiza con Doña Anacleta Robayna, y Manuel Luis se casó con Doña Margarita Martín Betancort, quién fue la primera Maestra de Instrucción Primaria de San Bartolomé. Rafael, el cuarto de los hermanos, emigró a Puerto Rico, donde se reunió con sus tíos José María y Francisco Guerra Bethencourt. Y la menor de los hijos, Margarita, se casó con Don Juan Ferrer Parrilla, también de San Bartolomé.

Sebastián permaneció soltero y siempre convivió con Doña Damiana, su madre, quién al fallecer le trasmitió la casa, sus alrededores y algunas pertenencias, únicos restos de un esplendoroso patrimonio procedente de la cuantiosa fortuna del Mayor Guerra.

De lo que recibió de sus antepasados, vivió Sebastián modestamente, dando más de lo que podía a quienes la miseria abatía. Consagró su vida a cuantos a él acudían en demanda de ayuda, dando siempre algo que pudiera paliar el negro horizonte del hambre, la miseria o la desesperación. Sus puertas que siempre permanecieron abiertas para todos, trajo el alivio de muchos hogares necesitados, y aunque siempre fue feliz por un corazón tan generoso, no pudo evitar el paulatino empobrecimiento que ello le ocasionaba, aunque siempre conservó la mayor de las riquezas que persona alguna puede atesorar: el cariño y el amor de cuantos le rodean.

“Toda su vida transcurrió al amparo de la casa solariega. A diario se le veía pasear por las laderas de los Morros del Cascajo, como un anacoreta que retirado del general contacto humano permanecía sumido en la contemplación y la penitencia. La gente comentaba antaño, que el Tío Sebastián meditaba sobre la gloria de sus antepasados, al tiempo que se percataba de que con él concluían las páginas de esta historia. Pero éste y otros sucesos mágicos sobre el Tío, como sus rondas alrededor de la casa en las noches oscuras y ventosas, o la distinción de su venerable figura en medio de un halo, no son sino leyendas que vienen a representar el deseo de perpetuarlo que pudieran tener quienes tanto le respetaron”.

Su profunda religiosidad impresionaba a quienes lo acompañaban tanto por su generosidad, como por su intensa devoción en la plegaria. Aún se recuerda como de forma instintiva se descubría al percibir desde lejos el toque de la campana en la hora del Angelus. Esta profunda devoción le ayudó a finalizar sus días con una fortaleza y magnanimidad admirable, sólo reservada a aquellos que conscientes de la dignidad que ha de revestir sus vidas, mantienen erguido su espíritu hasta su postrera expiración. Consumido por una larga y penosa enfermedad, cuyos efectos procuraba esconder a los ojos de quienes le visitaban, cubriendo parte del rostro con un níveo pañuelo, su vida se extinguió el 25 de Septiembre de 1938.

La muerte inexorable fue acallando

las vidas que lucharon tormentosas,

Y así, como llenábanse las fosas,

se iba esta mansión desocupando.

El último expiró, cuando ya, cuando

la fortuna dejaba pocas cosas,

y fueron sus acciones tan piadosas,

que en virtudes la casa fue aumentando.

Como un santo vivió, tan tiernamente

que a pesar de ser pobre, aquella gente

demandaba del pobre sus socorros.

Y hay quien cree y quien diga, ser muy cierto

que al tío Sebastián, aún siendo muerto

de noche se le ve por estos morros.

Ante un hombre tan sencillo como insigne, no puede menos que reconocerse que la familia Guerra, que de modo tan célebre comenzó su andadura entre las laderas de San Bartolomé, destacando en la política, la economía, la cultura y la sociedad de la época, concluyó su historia con un auténtico paradigma.

ANEXO

LA CASA DEL “ MAYOR GUERRA “

MONUMENTO HISTÓRICO ARTÍSTICO

Tras el fallecimiento del Tío Sebastián, la casa y sus alrededores pasaron en herencia a sus hermanos, a los que a su vez sucedieron sus hijos. La finca, que ya en vida de Sebastián presentaba señales de deterioro por la escasa atención que éste le dedicó, continuó con su decadencia, hasta el punto que, para salvar lo que quedaba y evitar su ruina, algunos herederos decidieron transmitir a otros su parte, a fin de encontrar una solución que permitiera salvar la casa, evitando que desapareciera o pasara a otros propietarios.

Vetusto caserón, cual cosa muerta

te queda el cascarón de un gran pasado,

derruido balcón en su costado

y escudo señorial sobre la puerta.

Hay dos siglos o tres, dije a mi Berta,

vivió un Guerra, el Mayor, un potentado,

bien querido y también muy bien odiado,

si la historia es verdad y esta es muy cierta.

Hubo luchas, pasiones, poderío,

esplendor y algazara en la casona

que hoy al verla tan sola, da frío.

Vestigios de un ayer, ya desplazado,

solo siguen viviendo, como ha siglos,

los pájaros criando en el tejado.

En esta etapa, las pocas pertenencias que aún se conservaban entre los muros de la vivienda, como el retrato al óleo de Don Cayetano Guerra, un sofá de caoba, una caja de cedro, mesas, sillas, diverso mobiliario, piezas de vajilla de pedernal azulado o libros de Tácticas Militares, fueron poco a poco desapareciendo. Ante los continuos expolios y destrozos ocasionados, que alcanzaron incluso al intento de robo del escudo de los Perdomo, situado sobre la puerta de entrada, y que el Mayor Guerra mandó esculpir en honor a su esposa, los propietarios deciden donar la casa al Ayuntamiento de San Bartolomé.

Con la aquiescencia de los propietarios y antes de la donación, el Ayuntamiento da los primeros pasos para la declaración de Monumento Histórico-Artístico de las ruinas de la casa del Mayor Guerra, ante la Dirección General de Bellas Artes, Archivos y Bibliotecas del Ministerio de Cultura del Gobierno Central, con fecha 29 de Abril de 1982.

En sesión plenaria celebrada el 30 de Enero de 1986, el Ayuntamiento de San Bartolomé de Lanzarote, aceptó la donación que le ofrecieron Don José Ferrer Perdomo, Don Antonio Lorenzo Martín y Don Leopoldo Díaz Martín.

Al transferirse las competencias de Educación y Cultura a la Comunidad Autónoma de Canarias, correspondía a esta continuar con los trámites ya iniciados y para ello dictó una Resolución de fecha 22 de Octubre de 1985 por la que abrió un periodo de información pública a fin de continuar con el expediente de declaración de Monumento Histórico-Artístico. El principal objetivo que se trataba de conseguir era evitar el deterioro, pérdida o destrucción de este bien que merecía ser conservado y que estaba llamado a cumplir una función cultural y social a beneficio de la comunidad. La Consejería de Cultura y Deportes del Gobierno de Canarias, estimando que la Casa del Mayor Guerra reunía las condiciones y signo de identidad histórica para su consideración como Monumento Histórico-Artístico, con fecha 22 de Abril de 1986, la declaraba como tal.

UNA NOCHE EN EL VIEJO CASERÓN

Del oscuro corredor,

una sombra, otra sombra da,

hay olor a resedá,

del contorno en derredor.

Del patio, sobre los huertos,

un nopal brazos abiertos,

como una fúnebre cruz,

destaca, junto a dos lirios,

que amarillos, como cirios,

al viento, tienen inciertos,

suspiros tenues de luz.

Recorre la galería

una brisa, intensa y fría,

que entumece los sentidos.

Solo hay calor en los nidos

que cuelgan de los balcones

de esta gran casa vacía,

almas, no hay mas que la mía,

ni laten mas corazones,

que el de estos pobres gorriones

que me hacen hoy, compañía.

Son tantas cosas habidas,

tras estos muros desiertos

y paredes derruidas,

que ni la flor de sus huertos

ni el alma que, arriba anida,

dan a esta casa la vida

que nos sugieren los muertos.

El viento que quedo llama

en la ventana entreabierta,

o el ruido que hace la huerta,

cuando se mueve una rama.

¿Qué son sino vida muerta

de este Castillo arruinado,

que hablando de un gran pasado

dejó su escudo en la puerta?.

Edición reducida de la obra “EL MAYOR GUERRA”, editada en Agosto de 2002.