miércoles, 24 de diciembre de 2008

El "camello moro" de mi abuelo

Mi abuelo materno, Eloy Perdomo, pasó la mayor parte de su nonagenaria vida relacionada con el campo y la agricultura. Su vivienda, en San Bartolomé de Lanzarote, fue una típica casa rural canaria de comienzos del S. XVII, se componía de un patio central al que daban la mayoría de las habitaciones, cocina con horno, excusado y dependencias para granero, cuarto de paja, gañanía, cuadra, corrales, tres aljibes, era y terreno de cultivo.
Tenía varios animales, entre ellos dos camellos. Valoraba y prefería a los ejemplares machos, por su mejor condición para las labores de carga y trabajos agrícolas.
En Canarias se ha nominado desde siempre, “camello” al dromedario de una joroba, también conocido como camello arabesco, cuyo nombre proviene del hebreo “gamal”, que significa “devolver” o “compensar”, ya que el camello hace generalmente lo que su amo o camellero le pide.
Existe abundante bibliografía relativa al “camello canario”, donde sus autores describen e informan ampliamente y con profusión de detalles la importancia que ha tenido, para la mayoría de las islas y en particular para Lanzarote, este peculiar dromedario.
Para el cuidado y atención de los animales, sobre todo de los camellos, mi abuelo tenía un camellero, señor José Rodríguez, conocido por “Rufino”. Señor José vivía en la calle Parranda, en el barrio el Morro de San Bartolomé. Conocía como pocos la atención y cuidado de todo lo relacionado con estos animales, principalmente sus costumbres, alimentación, enfermedades, aperos, celo, cubrición, manejo, etc.
Tenía por costumbre vender uno de los camellos cuando tenía más de 35 años y adquirir otro con 5 ó 6 años de edad. Recuerdo que hacia 1945, venía a Lanzarote un rico comerciante moro llamado Babahamed, acompañado de otros moros, entre ellos Mohamed y Hadmed. Solía traer una treintena de camellos que en caravana, los llevaba desde el muelle “viejo” hasta Argana, en las afueras de Arrecife y a la caldera de la montaña de Soo; en este lugar solía reunir a los camellos viejos que por cambios o compras adquiría, durante su estancia en la isla.
Desde estos lugares recorría los pueblos, llevando media docena de ellos, para venderlos. Cuando pasaba por San Bartolomé, los dejaba en un terreno que junto a su casa tenía mi abuelo, con el que mantenía muy buena relación; los dos o tres días que se quedaba en el pueblo, dormía en el cuarto de la paja.
El año al que he hecho referencia, mi abuelo le encargó a Babahamed que al siguiente viaje le trajese un buen camello, un camello fuerte, el mejor camello que pudiera encontrar. Pasados tres años, de nuevo se desplaza a la isla Babahamed con una buena partida de camellos, entre ellos un hermoso camello de 6 años, más alto de lo normal, de apariencia bastante fuerte, con gruesas patas delanteras y pelo de color canelo oscuro. Desde que mi abuelo lo vio, se enamoró de él y lo compró, entregándole a cuenta de su valor, el camello más viejo de los dos que tenía. Señor “Rufino” lo bautizó con el nombre de “el camello moro”; al otro le llamaba “el canelo”, por su pelo, de color marrón claro.
Después de la trilla, era costumbre guardar los granos, que se dejaban para consumo del año y para semilla de la próxima cosecha, conservándolos en toneles viejos, inservibles para contener vino y en bidones de hierro, a los que se les quitaba uno de los fondos. A medida que se iban llenando los depósitos de grano, se les añadía “jable del monte” y con un palo o vara alargada, introducido en el depósito, se iba removiendo para que el “jable” fuera introduciéndose por los huecos. Con esta operación se conseguía que los granos no se picaran; lo mismo se hacía para conservar las papas y evitar que se “grellaran”, extendiéndolas en el piso, en un extremo del granero o en una “tronja”, cubriéndolas con jable.
En San Bartolomé conocemos por “monte” al territorio, situado al noreste del pueblo, cubierto por el “jable”, arenas volanderas que arrastradas por el viento atraviesan la isla desde la playa de Famara hasta la de playa Honda. Son las arenas más finas y livianas de las que el mar arrastra hacia la costa. Este es el “jable” utilizado para la conservación de granos y papas.
Los agricultores transportaban el “jable” en cajas de vendimia, que sujetaban a la silla de carga de los camellos. Aunque el camello es un animal muy fuerte y capaz de cargar una mercancía equivalente a su propio peso, las dos cajas de vendimia llenas de “jable” pesan cerca de 500 kilos y aunque el animal puede transportar ese peso, resulta peligroso para su integridad física, sobre todo al levantarse o “tuchirse”, con tan pesada carga; los camelleros, cuando transportaban “jable” en cajas de vendimia, solo las llenaban poco más de la mitad.
Mi abuelo quería echársela con que tenía el camello más fuerte y encargó a señor “Rufino”, que fuera al monte con el camello moro y trajera las dos cajas de vendimia llenas de “jable”. Señor “Rufino” le indicó que era un atrevimiento lo que pretendía, porque el camello, bien al levantarse o “tuchirse” podía desgraciarse. Cuando un camello intenta levantarse extiende primero una de las patas delanteras con la que se mantiene momentáneamente, hasta extender la otra; el excesivo peso al sacar la primera pata puede ocasionarle la rotura de la misma. Al “tuchirse” y doblar una de las patas delanteras, puede ocasionar que el excesivo peso contribuya con su inercia a desplazar el animal hacia delante, tumbándolo con toda la carga, produciéndole algún irreparable mal.
Ante la insistencia de mi abuelo, marcha hacia el monte señor “Rufino”, con su camello, para intentar traer las dos cajas de vendimia, llenas de “jable”. En la casa esperan ansiosas varias personas la llegada, o no, del “camello moro” con su pesada carga. Eran diversas las opiniones, sobresaliendo los que pensaban que el camello no llegaría. Habían pasado más de dos horas cuando ven aparecer a camello y camellero acercándose lentamente hasta la casa. Señor Rufino aclaró que llenó las cajas hasta arriba y que el camello se había levantado sin dificultad, pero seguía opinando que lo realizado había sido una temeridad. Fui testigo presencial de este hecho y pude observar que aunque aparentemente mi abuelo quedó muy satisfecho y ufano de la fortaleza de su “camello moro”, estoy seguro que, en su interior, quedó arrepentido de semejante barbaridad. Para la descarga, y evitar que al “tuchirse” el camello sufriera algún percance, ordenó que se sacara la mitad del jable, estando el camello parado.
Unos años más tarde, el “camello canelo”, cuando cumplió los 29 años, enfermó de “garrotejo” y murió. Fue el camello “moro” quien lo arrastró hasta la caldera de la montaña Mina, para enterrarlo. Esta caldera servía de “cementerio de animales” cuando fallecían los camellos, burros, cabras, ovejas y algún que otro animal mayor. A los camellos muertos le ataban las patas y le doblaban el cogote hasta la joroba, para evitar que al arrastrarlo le rozase la cabeza por la tierra.
El “camello moro”, se utilizó de semental durante varios años. El encargado de las cubriciones fue siempre señor “Rufino”. El conocía muy bien la fecha de la cubrición, generalmente el mes de Mayo; tenía buen ojo cuando le traían alguna camella para cubrirla, con opiniones muy acertadas sobre el momento de la monta e incluso actuaba de “mamporrero” cuando la camella trataba de rechazar al macho o se mostraba “desinquieta”.
Con casi 40 años de edad y después de una larga vida de trabajo, (los camellos suelen tener una vida media de 40 a 45 años), mi abuelo vendió su “camello moro” a un comerciante del Aaiun que se dedicaba a la compra de camellos viejos, para su sacrificio. Los árabes aprovechan casi todas las partes del camello, principalmente su carne, la piel, los huesos y la grasa de las jorobas.