lunes, 14 de julio de 2008

JOSÉ FERRER PERDOMO

CURRICULUM

Nace en San Bartolomé de Lanzarote el 2 de Mayo de 1936.

Cursa los estudios de enseñanza primaria en la Escuela Pública de niños Nº 2 de San Bartolomé y los primeros cursos del Bachillerato en el Instituto de Enseñanza Media de Arrecife. Termina el Bachillerato en el Colegio Claret de Las Palmas.

Estudia Magisterio en Las Palmas de Gran Canaria y Enología en Requena, Valencia.

Desarrolla su labor docente: en Las Palmas de Gran Canaria; en la Escuela de Niños de La Vegueta (Tinajo); en los Colegios La Marina y Las Salinas de Arrecife, de los que fue Director hasta 1996 en que se jubiló, con 60 años de edad y 40 de servicio.

Concejal y Primer Teniente de Alcalde del Ayuntamiento de Arrecife, desde 1973 a 1979. Durante su mandato promovió la compra de solares para la construcción de los Colegios: Antonio Zerolo, Las Salinas y Los Geranios.

Consigue para Lanzarote la Delegación Insular de las clases de Adultos, de la que fue primer Delegado e implanta los exámenes para la obtención del Certificado de Escolaridad en el Batallón de Infantería Canarias 50, motivo por el que en 1978, le fue concedida la Cruz al Mérito Militar con Distintivo Blanco.

Vocal electo, por Lanzarote, en la Junta Provincial de la Mutualidad de Funcionarios Civiles del Estado, (1973 - 1979), logrando sensibles mejoras en las atenciones sanitarias de los funcionarios y la creación de una Delegación Insular de MUFACE en la isla, de la que fue Delegado los primeros años.

Cofundador de la Asamblea Insular de Cruz Roja Española, en Lanzarote.

Miembro del Club de Leones de Arrecife y Presidente en 1973.

Vocal fundacional, Febrero de 1975, del Patronato del Museo de Arte Contemporáneo de Lanzarote, con sede en el Castillo de San José de Arrecife.

Diputado Regional del Parlamento Constituyente de Canarias, en 1982 y Diputado Electo en la Legislatura de 1983 - 1987.

Crea, con su esposa Remi de Quintana, en Febrero de 2000, el “Museo Etnográfico Tanit”, en San Bartolomé de Lanzarote, instalado en las Bodegas de una antigua casona tradicional canaria, construida por sus antepasados en 1735.

Ha escrito varios artículos culturales e históricos relacionados con su pueblo natal; las “Efemérides Lanzaroteñas” y las obras “El Mayor Guerra” y “Un lanzaroteño en ultramar”.

En Julio de 2004, ingresa en la Academia de las Ciencias e Ingenierías de Lanzarote, como Académico Correspondiente, con el discurso: “La Etnografía de Lanzarote: El Museo Tanit”, y en Julio de 2008 ingresa como Académico de Número, con el discurso “Juan Oliveros: carpintero – imaginero”.En Julio de 2009 presenta, en el Museo Tanit, la obra :"La Casa Ajei".

Lectura Discurso Academia Ciencias e Ingenierías Lanzarote

Discurso de ingreso en la Academia de Ciencias e Ingenierías de Lanzarote, el 8 de Julio de 2008

Excmo. Sr. Presidente

Ilmos. Srs. Académicos

Ilustrísimas Autoridades

Señoras y Señores:

No siempre son las palabras el pincel más adecuado para dibujar, o desdibujar, una maraña de sentimientos, en especial los que se ciernen hoy en mí, pero el honor con que me distinguen los miembros de la Academia de las Ciencias e Ingenierías de Lanzarote, y el orgullo de sentirme acogido entre ellos, aboca a que mis primeras palabras sean de agradecimiento, de profundo agradecimiento por haberme elegido para formar parte de esta institución.

Invoco, asimismo, a su benevolencia para que me permitan personificar mi agradecimiento en Don Francisco González de Posada, por la singular admiración y especial afecto que en mí despierta.

Y, permítanme, por último, dejar aquí una prenda como muestra de mi débito con todos, la de mi compromiso de corresponder con la mayor eficacia, al honor con que hoy me distinguen.

Me inunda la convicción de que un modo eficiente de ennoblecer nuestro pueblo es honrar y enaltecer a sus vecinos, en especial a aquellos cuya senda, la cual avistamos tras sus huellas, supuso una brecha en el camino preestablecido, una divergencia del parecer común, pero, lo más encomiable, una fractura sin requiebros ni perjuicios innecesarios.

Juan, Juan Oliveros, es de carne y hueso, habla y llora, ríe y discute, lucha y vence o es vencido, pero a Juan, el humilde carpintero, lo que le engrandece es que balancea su vida al socaire de sus ilusiones, persigue con ahínco ensamblar sus anhelos al tiempo que ajusta los toscos trozos de madera.

Casi nada sabemos de algunos de los periodos de su vida, condenado como estaba, una vez nacido paria, a describir una vida anónima. Apenas se recuerdan con exactitud sus rasgos físicos y hasta permanece en el olvido el lugar de su tumba. Esta serie de circunstancias adversas, que ensombrecen vida y muerte, no menoscaban, sin embargo, el espiritoso halo del que quedó imprimida su imaginería.

Juan dedicó lo mejor de su vida a tallar, a plasmar a través de sus hoscas manos su devoción. Y esa obra ultimada, realizada en sus nimios detalles, nos llega completa de su autor y es emisaria procaz de sus sentimientos y de su lucha por dar un exabrupto a su destino de campesino, para emerger, en la sombra de su taller, como artista imaginero.

Ya decía Luís Díez del Corral, en su obra “Ensayos sobre arte y sociedad”, que “...sirve la sombra para reducir a pura visión pictórica la corporeidad de la estatua…”. Son las obras de Juan, bien por sí mismas, o por su proyección, los goznes que nos permitirán entreabrir las puertas de su alma.

En la vida de un hombre nada influye tanto como el clima cultural, material y moral en que se desarrolla su infancia. A lo largo de los años, cuando un esfuerzo personal lo levante o lo hunda, aparecerá siempre, como un fermento que no abandona su presa, lo que podríamos llamar “el aire de familia”.

Juan nació el once de junio de mil ochocientos sesenta y ocho, el año en que fue destronada Isabel II, a la que Pérez Galdós denominó «la de los tristes destinos».

Pero no vino al mundo de escondidas, cobijado por la penumbra de la noche, sino a la plácida hora de las seis de la tarde. Su madre, María del Carmen Oliveros, era una jornalera soltera, y eligió para él los nombres de Juan Pedro de San Bartolomé.

Aquélla era una época de fuertes convulsiones políticas, pero lo que más podía afectarles en aquel decenio, era la terrible sequía que asolaba a nuestra geografía.

Juan hace sus primeras correrías en las polvorientas calles de nuestro pueblo y asiste a la única escuela de niños que había en San Bartolomé. Su vida escolar duró pocos años, y con muchas ausencias, como la inmensa mayoría de los niños de la localidad. La falta de medios le llevaba con frecuencia a ausentarse de las clases y acompañar a su madre a bregar con la tierra, para ganar el siempre precario sustento familiar.

Su maestro, Don Heraclio Oliva, se lamentaba de las continuas faltas a clase porque era despierto y aplicado. Ello no fue óbice para que, a los doce años, abandonara definitivamente la escuela y empezara a trabajar, “de chico para todo”, en casa de Don Blas Ferrer, Comandante y Jefe del Batallón Provincial de Milicias de Lanzarote, donde también era compañero de los juegos y solaces propios de la edad de los hijos de Don Blas.

Ya desde muy joven se despertó en Juan la afición a la carpintería y, en sus momentos de asueto se dedicaba a restaurar los aperos agrícolas que quedaban inutilizados.

En esta primera etapa de su vida, a nuestro protagonista se le nomina como “Juanillo” y así se le continúa llamando hasta que en 1888, a los 19 años de edad, se incorpora al servicio militar. Cuando termina su prestación, por indicación de Don Blas, se reengancha en el Ejército, y compatibiliza sus quehaceres milicianos con los trabajos agrícolas. En este momento, se ha convertido en un hombre: ya todos le llaman Juan.

Muy cerca de la casa de Don Blas, donde Juan pasa la mayor parte de su tiempo, vive Mariana, una joven de la que se enamora y con la que se desposa en 1894, a los 26 años de edad.

Juan mantuvo su condición de “soldado miliciano” hasta cumplir los treinta años, en 1898, coincidiendo con la triste época en la que España acabó perdiendo todas sus posesiones de ultramar.

Finalizado el largo servicio militar, se incorpora a su trabajo de labriego. Pero no se siente satisfecho. No son las incomodidades lo que se le hacen desagradables, sino la desazón de ser jornalero. Hay inquietud en su interior, está buscando un nuevo lenguaje: independiente, personal, coherente, y la gramática de la dura vida del campo le resulta insuficiente, para expresarse en un nuevo vocabulario. El único modo de expresión que ha tenido a su alcance es el que le proporciona la carpintería y tiene la intuición de que con el cambio saldrá ganando porque no era posible empeorar con respecto a su situación.

En este momento, a los treinta años de edad comienza la segunda etapa de su vida. Resuelto a comenzar su andadura como carpintero, alquila un pequeño local en la Calle Rubicón.

La precaria situación económica y la escasez de trabajo, la intentaba suplir con el ingenio. Juan, que tenía una gran destreza y habilidad, sólo compraba el hierro de las herramientas que utilizaba: el resto lo construía él.

Esta maña, no era sino puro ingenio, el ingenio al que siempre ha tenido que recurrir el hombre de Lanzarote para solventar, con los escasos recursos que proporcionaba un medio tan inhóspito, sus necesidades más perentorias. Por eso, en el primer lugar en el que debía ensalzarse a este anónimo carpintero, debía ser precisamente en esta Academia de las Ciencias e Ingenierías de Lanzarote.

Su vida continuó siendo dura, como la de la inmensa mayoría de los habitantes de su pueblo, pero él se sentía cada vez más satisfecho y apasionado con su profesión.

Fue un carpintero lento, concienzudo y meticuloso en su trabajo. Se pasaba todo el día, toda su vida, en la carpintería. Hacía puertas y ventanas para las pocas casas que se construían en la época; reparaba enseres domésticos o aperos de labranza o féretros y cruces para los muchos que fallecían.

Sus muebles eran fuertes, toscos y robustos, no hablamos de una obra excéntrica, opulenta ni grandilocuente, sino de una obra eficiente e incesante, la obra de quien sabiéndose mortal, no acepta que su arte no lo sea.

Y el arte de Juan Oliveros se manifiesta en el único resquicio por el que este podía filtrarse: el de las imágenes.

No sólo la colección de herramientas que Juan fabricó, sino parte de lo que con ellas realizó, se atesoran en el M.E.T., Museo Etnográfico Tanit. Hasta ahora, habíamos considerado su obra como un documento etnográfico, pero el análisis y estudio que poco a poco vamos realizando de los innumerables fondos del Museo, nos permite plantear que debe dejar esa estela, porque su obra debe ser considerada como referente en el arte.

Hay que ponerse en situación, trasladarse a finales del siglo XIX, estimar que Juan carece de formación técnico-artesanal, no ha recibido instrucción en ninguna doctrina estética, es libre de todo academicismo. Juan crea, no se limita a imitar; imita el tema elegido para contar, pero no copia los modelos tradicionales. Parece que tiene plena consciencia de que la creación artística nunca puede fraguarse en la limitación de la imaginación.

El primer impacto que se estrella en nuestra mente cuando vemos su obra, es: vanguardia.

Esta palabra, de origen medieval, usada en el lenguaje militar, y que en el siglo XX se convirtió en un término clave para el mundo artístico, implica que se sitúa por delante. Pero ¿tenía Juan, nuestro Juan Oliveros, actitud vanguardista? Decididamente sí, sólo basta una mera mirada a esta imagen. La vanguardia artística implica voluntad de ruptura, revolución artística.

Esta obra rompe con todo, no responde a la impericia del artista, sino que es sobria y estática, abandona la perspectiva renacentista para revestirse de una modernista simplicidad.

Juan encuentra, a través de su obra, el nuevo lenguaje, pero nos transmite la idea y el símbolo. Los leves rasgos faciales, transmudan la pena infinita, el original modelo de la corona de espinas, la concavidad del abdomen, incorpora el vacío al valor escultórico, reflejando el encogimiento que nos embarga ante el dolor supremo, los brazos reflejan la ruptura de la perspectiva tradicional con contornos de líneas simples y el conjunto parece que se descompone en planos geométricos. Estamos ante una escultura de estructura abstracta.

Pero Juan es un creador, que no sólo atiende a su demanda interior de buscar nuevos vehículos de comunicación; vive en sociedad, en una sociedad eminentemente campesina, con escasa o casi nula preparación técnica, que carece de capacidad para poder aceptar, sin más, la vanguardia. Juan está sólo, totalmente aislado, no hay otros artistas, ni galerías, coleccionistas o exposiciones. Juan rema en una tenue balsa sobre el árido “jable” de Lanzarote. Sin posibilidades de asegurarse la subsistencia, no puede dejarse arrastrar por la vorágine de sus sentimientos, tiene que encauzar su pasión a través de su creación y así lo hace: demuestra que es un estatuario, no sólo el único de nuestro pueblo, sino un gran imaginero.

La sutil languidez que transmite la forma en que los brazos han sido esculpidos y trabados al redondo madero y el modo en que se ha inclinado la cabeza, evocan con tanta nitidez la postrera frase de: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”, reflejan con tanta fuerza la rendición a la voluntad del Padre, la genuflexión del alma, que resultan innecesarios los elementos obviados por el artista, como la corona de espinas o la señal del INRI.

La obra de Juan es compleja, inundada de múltiples detalles y matices en los maderos de sus cruces, en la paleta empleada y hasta en la distinta forma en que aplica el color, los diferentes “paños de pureza” y estilos que utiliza para entrelazarlos, los recursos para enfatizar las diferentes expresiones, de dolor, entrega o extenuación, que plasma en las imágenes, o las innovadoras terminaciones y texturas que imprime a sus imágenes, las que aquí presentamos y muchas más, nos repiten incesantemente: “JUAN ES UN ARTISTA”.

Pero no es esta su única virtud. Volvamos a su rutina diaria, y a 1909.

En esa fecha, Don José Carrasco Bethencourt, alcalde de San Bartolomé, solía pasar con frecuencia por la carpintería y charlar con Juan mientras éste trabajaba. En el mes de octubre de ese año, se convocan elecciones a concejales y, Don José anima a Señor Juan para que se presente. Pese a su reticencia inicial, termina convenciéndolo y resulta elegido para el bienio 1910-1912.

Terminada su etapa de concejal, en 1913, adquirió una modesta vivienda en la calle Calderetas, cuyo patio comunica con un local al que también se accede por la calle Oriente y en el que Juan instala su nuevo taller.

Por estas fechas fija provisionalmente su residencia en San Bartolomé un carpintero –Bernardino Pérez-, natural de La Palma, con conocimientos de tallado e imaginería.

Fue de este carpintero, de quien nuestro biografiado adquirió los primeros conocimientos de imaginería, dado que hasta entonces había sido, obligatoriamente, autodidacta.

De las manos de nuestro Juan surgieron diversidad de imágenes. Entre ellas citaré las tallas de “Jesús Niño”, que difieren, unos de otros, en la posición, en el cabello, en el mentón, aunque entre ellas existen varias similitudes.

Otras de sus esculturas son las Dolorosas, pequeñas efigies de vestir, llenas de realismo y emoción espiritual. Quiero referirme a una en especial, colocada en su urna, tallada por el autor, y que fue rifada entre los vecinos del pueblo, con el fin de recaudar fondos que paliaran su precaria situación económica.

Llama la atención, la riqueza del vestido, con traje y manto de terciopelo negro; los bordes, de mangas y vestido, están adornados con un ancho galón, de motivos florales. En la parte izquierda del pecho, un prendedor plateado, en forma de corazón, traspasado por una espada, como símbolo de dolor y en la cabeza un resplandor dorado, alegórico de santidad. La boca deja entrever sus dientes, dando sensación de mayor aflicción. Todos estos detalles nos demuestran que Señor Juan Oliveros, fue un artista que cuidaba mucho los detalles.

Y aunque independiente, a la fuerza, aislado como estaba, físicamente, en Lanzarote, no sólo absorbió espontáneamente características de los movimientos de su época, sino que dio origen, en esta isla, a otra figura que surgía entonces en torno a los artistas en Europa, la del marchante. Salvando las distancias y sin que brote en nuestros labios una leve sonrisa por la comparación y si brota, que sea de ternura, debemos recordar que Mariana, su esposa, quién durante años se dedicó a comprar y vender huevos por las casas de sus convecinos y pueblos del alrededor, para paliar la mala situación económica familiar, se encargaba de vender las imágenes, recorriendo a pie los pueblos de la isla.

A pesar de ello, no logró mejorar su situación, pero por su seriedad, calidad moral y capacidad de trabajo, se granjeó el respeto y consideración de quienes le conocieron.

En las elecciones para el bienio 1920 – 1922, el entonces alcalde Don Juan Armas Perdomo le anima para que se presente de nuevo a las elecciones de concejal, en las que también resultó elegido.

Cargo que volvió a repetir en 1930 de la mano del alcalde Don Luís Ramírez González, persona culta y refinada, que admiraba a Juan Oliveros, y a quien éste no supo negarse.

La situación política de España en esta época era muy delicada. Se vivía bajo la Dictadura del General Primo de Rivera, quien había suspendido la Constitución y gobernaba a base de decretos-leyes. La concurrencia de distintos elementos y la retirada del apoyo de Alfonso XIII, le llevaron a presentar la dimisión. Poco después, el 12 de abril de 1931 se convocan nuevas elecciones en la que triunfó la conjunción Republicano-Socialista.

Este hecho histórico, un año después de la anterior elección de concejales, dio un cambio radical en la política española, al implantarse la II República, lo cual tuvo repercusión en los municipios, con la destitución de todas las corporaciones locales.

Finaliza así, la aportación política a su mundo, nuestro Juan Oliveros; espero que ya no sea sólo mío, sino también de todos ustedes. Juan cuenta ya con sesenta y tres años de edad, se encuentra cansado y aunque minora su actividad de carpintero, se vuelca y entretiene en la confección de pequeñas obras de imaginería, que tanto le agradan.

En estos últimos años, ya viudo, su espalda comienza a encorvarse, la salud se deteriora y sus recursos económicos son tan escasos que, en 1948, ingresa en la unidad de ancianos del Hospital Insular, donde fallece a los ochenta años, dejando tras de sí a su única hija, Carmen, y, esperemos que ahora al menos sea así considerado, un preciado legado de tallas en madera, a través de las cuales halló, él, un modo de expresión, y nosotros, el deleite de recrearnos en el arte sencillo que brotó de sus habilidosos dedos.

Y es así como surge esta idea de transformar en mi imaginación, a un personaje que pasó por la vida desapercibido y que el Museo, en mi persona, ha querido sublimar su obra, por interesante, bella y singular, a la vista de todos.

Es la ingeniería, la actividad profesional capaz de resolver, técnicamente, los problemas que afectan a la humanidad. También se caracteriza por utilizar el ingenio de una manera más pragmática y ágil que el método científico. Este ingenio, en los técnicos, implica tener una combinación de sabiduría e inspiración, para realizar, en la práctica, una bella obra. Juan no fue ingeniero, su sabiduría dista muchísimo de la sabiduría de los técnicos, pero sí, como ellos, supo combinar, con gran ingenio, sus conocimientos de carpintería con el tallado de imágenes religiosas, de las que hoy ofrecemos una bella muestra.

Mi admiración por la sencillez y belleza de su obra, casi desconocida, es lo que me ha motivado a estudiar y rescatar, en este pueblo de San Bartolomé, unas originales tallas que pueden competir con otras, revalorizando así, nuestros pequeños tesoros, rebosantes de cariño y nostalgia.

Gracias, Juan Oliveros.

Invitación

Con motivo de mi recepción como Académico de Número de la Academia de las Ciencias e Ingenierías de Lanzarote, el próximo martes, 8 del corriente mes de julio 2008, a las 20,30 h., en el Salón de Actos del Museo etnográfico Tanit, de San Bartolomé de Lanzarote, leeré un discurso titulado: "Semblanza de Juan Oliveros: carpintero - imaginero (1868-1948)".

Durante la lectura se presentarán varias diapositivas con algunas de sus obras.

Al finalizar el acto se entregará a los asistentes un ejemplar del discurso, que en breve fecha se publicará en este blog. Gracias: José Ferrer.