viernes, 22 de enero de 2010

UN LANZAROTEÑO EN ULTRAMAR (2)

SEMBLANZA


En mi incesante búsqueda de información, he recopilado bastante documentación oficial, que junto a los escritos particulares y personales; las dedicatorias y anotaciones en las fotos que guardo; los párrafos escritos en algunos de los libros que leyó; la información recibida de personas que le conocieron; los relatos de quienes en su entorno escucharon alguna referencia personal del “Tío Pepe”; la información directa que tuve de mi padre, quien junto a sus hermanas convivieron en la casa familiar desde su regreso de Filipinas, hasta su fallecimiento; el testimonio de mi abuelo materno Eloy que de él adquirió el hábito de la lectura histórica y aprendizaje del “juego del tresillo”; las anécdotas de mi tía–abuela Genara, propietaria junto a su esposo de la “Pensión de Don Nemesio”, donde José Cayetano se alojaba en Arrecife; los documentos facilitados por varios centros oficiales y la información directa recogida de su hermano menor, Ruperto, a quien conocí durante la última etapa de su vida en Las Palmas de Gran Canaria, reflejada en el anexo, dispongo de información suficiente, para esbozar, a grandes rasgos, algunas características de su personalidad.

Según su hermano Ruperto, el juego más apasionante de José Cayetano, cuando niño, consistía en la lectura:

“devoraba con los ojos cuantos libros caían en sus manos, y a la edad en que otros niños escuchaban cuentos adecuadamente pueriles de hadas y hechiceras, él no se despegaba de las faldas de su madre, que le leía en voz alta diversas obras literarias, que escuchaba con gran atención y de las que su memoria prodigiosa le permitía retener páginas enteras”.

Por aquellos tiempos “circulaba la leyenda”, entre sus compañeros de escuela, que José Cayetano se pasaba las noches en vela leyendo, y que, para sustraerse a la vigilancia de su madre, se guardaba en los bolsillos todos los cabos de vela que encontraba, para alumbrarse con ellos durante la vigilia.

En cualquier caso, sus familiares y maestro iban de sorpresa en sorpresa ante las despiertas aptitudes de aquel niño, bueno, afable y respetuoso, pero demasiado serio. Tal vez él adivinara entonces instintivamente que sólo el trabajo concienzudo y sistemático, sacrificando lo que la vida presenta de fácil y cómodo sería el instrumento que allanaría el camino de su vocación. Nos refiere también su hermano, que cuando José Cayetano tenía doce años, su abuela materna María Nieves, le había ofrecido un aguinaldo para Navidad, en lugar de elegir un juguete como la mayoría de los niños, le rogó que le comprase una Historia de América, con harta desilusión de los demás hermanos,

“porque él podría disfrutar a su antojo de nuestros juguetes, en cambio nosotros, ¡a ver para que queríamos la Historia de América¡

Fue deseo de su padre, Comandante Jefe del Batallón de Milicias de Lanzarote, que continuase con la tradición militar de la familia. Parece casi innecesario decir que José Cayetano realizó su bachillerato brillantemente, con dedicación especial al latín y que terminada la carrera, lo hablaba correctamente. Entre sus libros, algunos de ellos conservados en el Museo Etnográfico Tanit, se encuentran varias obras literarias escritas en latín.

Terminado el Bachillerato, en el Seminario Conciliar Diocesano de Las Palmas de Gran Canaria, y el examen de grado en el Instituto de Canarias, de La Laguna, resultó problemática la elección de su carrera. El joven José Cayetano se encontraba ante una delicada situación, por la “presión mediática” de sus padres para que orientase su vida hacia la milicia o el sacerdocio, por los que no se sentía atraído. Esta inmensa duda e indecisión quedó “providencialmente resuelta”, cuando ese verano visitó la isla, su tío paterno, Don Maximino Ferrer Ramírez, que ejercía de Juez en la ciudad de Sancti Spíritus, cuyos consejos y orientaciones le inclinaron definitivamente por los estudios de Derecho.

Fue un alumno que aprovechó muy bien el tiempo. La entrega decidida en este periodo al estudio, quedó reflejada en la pronta terminación de la carrera, aprobando curso por curso todos los años de la licenciatura en Derecho.

Durante los años de estudio, intima con varios compañeros, entre ellos Antonio Feijoo, con el que conservó una entrañable amistad, no sólo en su etapa estudiantil, sino más tarde al coincidir destinados en Baracoa, isla de Cuba.

La dedicación intensa al estudio quedó reflejada, cuando después de ejercer la abogacía en su pueblo natal, por poco tiempo, se traslada a Madrid para preparar las oposiciones a la Judicatura, aprobada en la primera convocatoria. Según comentó en repetidas ocasiones, fue “Fiscal por vocación”.

El vulgo tiene una idea generalmente equivocada de lo que sea un Fiscal en los juicios y de la misión que fundamentalmente tienen. En efecto, erróneamente se cree que la misión del Fiscal es acusar a las personas de la comisión de delitos, y nada más lejos de la realidad. La misión del Ministerio Fiscal es de ayuda a la justicia y protección del Estado y de las personas que no pueden valerse judicialmente por si mismas. En otras palabras: el Ministerio Fiscal tiene como fundamental misión promover el cumplimiento de las leyes en todo lo pueda afectar al interés colectivo o al orden público y social.

En todos los lugares que ejerció, nunca tuvo ni alquiló vivienda alguna, siempre se hospedaba en Hoteles y en ellos, los momentos libres de su intenso trabajo, los dedicaba, principalmente a la lectura, (leía diariamente más de dos horas) y comentaba que:

“así como el alimento es necesario para el cuerpo, la lectura es necesaria para el alma”.

Participaba en las tertulias que diariamente tenían lugar entre huéspedes, comerciantes, funcionarios y otras personalidades que en ellos se reunían, como si de una “sociedad privada” se tratara. Don José poseía un

“verbo encendido, que brotaba a raudales de su boca y una fuerte voz, con lo que sus palabras resultaban llenas de convicción y de brío”.

Fue un empedernido fumador de puros cubanos. Entre sus documentos y en algunos de sus libros localicé varias vitolas de habanos que fumaba, las que por la posición que tenían, dobladas entre las hojas, daba la sensación que fueron utilizadas como marca-páginas.

Fue, Don José, muy amante de la Historia, a la que era muy aficionado, así como la literatura, de la que tenía un amplio y profundo conocimiento, sin olvidar el don de la palabra, que lo hacían ameno en sus participaciones tertulianas.

En otro de los libros y entre sus páginas, encontré una etiqueta del famoso ron cubano Matusalem. En la “Epoca Dorada” de Cuba, el ron más apreciado era: “Ron Matusalem”, producido por primera vez en Santiago de Cuba en 1872, por una compañía cuyos fundadores llevaron de España una fórmula secreta para destilar y mezclar rones.

“El ron “Matusalem Gran Reserva” es producto del casamiento de los rones más añejos para después pasar por un proceso de solera en barricas de roble francés, lo cual da como resultado un ron de calidad excepcional, con su sabor distintivo y una suavidad extraordinaria”.

Según relataba el “Tío Pepe”, ejerciendo de Fiscal en la ciudad de Santiago de Cuba, la Compañía Matusalem & Co. Santiago, le pasó invitación para asistir a la ampliación de sus destilerías, en las Navidades de 1887.

En la Navidad de 1891, estando destinado en la ciudad de Manzanillo, dependiente de la Audiencia de Puerto Príncipe, recibió una inesperada visita: la de su hermano menor Ruperto.

Ruperto vivía en Teguise, donde había contraído matrimonio con la joven y parienta Petronila Ferrer García, la cual falleció repentinamente a la temprana edad de 21 años, con la que llevaba casado sólo dos. Quizás para “olvidar o distraerse” del triste e inesperado fallecimiento de su esposa, decidió viajar a Cuba y visitar a su querido y admirado hermano José Cayetano. La visita le resultó sorpresiva, por lo inesperada, a la par que triste por el fallecimiento de su cuñada Petronila.

José Cayetano no solía disfrutar de la totalidad de sus vacaciones y aprovechó la ocasión para durante un mes, recorrer y servir de guía a su hermano, por los lugares más interesantes de Cuba y las ciudades donde había estado destinado. La estancia más larga fue Sancti Spíritus, lugar de residencia del tío de ambos, Maximino Ferrer Ramírez, casado con Isabel Soler. Convivía con sus padres, el hijo de estos: Maximino Ferrer Soler, primo carnal de los hermanos Ferrer Parrilla.

Según relataron, uno y otro, la visita de Ruperto a la bella isla caribeña, resultó para José Cayetano, uno de los momentos emocionales más importantes de su vida.

La partida del hermano para su querida isla de Lanzarote, le llenó de gran tristeza y melancolía. Tristeza y melancolía que no le duró mucho tiempo, toda vez que dos meses más tarde, recibió nombramiento de un nuevo destino de Fiscal, esta vez a un lugar tan remoto e inesperado como fue Pampanga, provincia de la Isla de Luzón, dependiente de la Audiencia de Manila, en las islas Filipinas.

En Abril de 1892, embarca en el puerto de La Habana, con destino a Sevilla, en el vapor “León XIII”. Como el barco que lo trasladaría a Cavite, puerto de Manila, no saldría de Barcelona hasta Junio de ese mismo año, decidió acercarse a Lanzarote, para visitar a sus padres, hermanos, familiares y amigos. Fue ésta la primera visita que hizo a su pueblo natal, después de 9 años de permanencia en Cuba, y la aprovechó para “descargar sus baules”, llenos de obsequios, libros, documentos y objetos personales, de los que gran parte se conservan.

Gratificante y corta le resultó su estancia en la isla, pero como había recibido el salvoconducto para el viaje a Filipinas, hubo de partir con destino a Sevilla, desde donde en tren se trasladó a Madrid, alojándose en la casa de huéspedes de la calle Montera, la misma en la que hospedó cuando preparó las oposiciones y en la que posteriormente pernoctaba cuando pasaba por la capital de la nación.

De Madrid se traslada a Barcelona embarcando el 23 de Junio en el vapor “Isla de Mindanao”, con destino al puerto de Cavite, en Manila, a donde llega tras 31 días de navegación por el Mediterráneo, canal de Suez, mar Rojo, mar de Bengala, canal de Malaca y mar de la China.

La provincia de Pampanga, está situada al N.O. de Manila y en cuya capital: San Fernando, se encontraba la Fiscalía, a la que fue destinado José Cayetano. La distancia entre ambas ciudades es de 65 kilómetros, recorrido que efectuó en carreta, medio de comunicación utilizado entre ambas localidades.

Esta provincia correspondía a una antigua región de Filipinas, conocida como “Tagalo del Sur”, en la que la mayoría de sus habitantes, los “tagalos”, no hablaban el español. La raza indígena de los “tagalos” es de origen malayo y habitaban en la mayor parte de las islas Filipinas, sobre todo en la isla de Luzón.

El Tagalo es también una lengua de origen neomalayo o malayoapolinésico y es hablado por todos los habitantes nativos. En la actualidad es la segunda lengua con más de 50 millones de parlantes y sirvió de base para el filipino como lengua nacional.

Hoy la lengua española de Filipinas está influenciada en más de un 30 por ciento por palabras procedentes del tagalo, donde muchas palabras se han incorporado como una deformación lingüística del español. Un ejemplo clásico es la frase del tagalogo “Kumusta”, que equivale al ¿Como está usted?

En esta región y con esta lengua, se ve obligado José Cayetano a desempeñar su labor de Fiscal. A los pocos de meses de estancia en San Fernando, ya se entendía perfectamente con los tagalos en su lengua. Cuando todo parecía indicar que su estancia en Filipinas sería por largo tiempo, comienza para este lanzaroteño una etapa errante de continuos destinos y viajes tan distantes, como si de una “maldición se tratase”.

Llega en Julio de 1892 y a finales de Noviembre del mismo año, por ascenso y “necesidades del servicio” es nombrado Juez de Primera Instancia de Manzanillo, en la isla de Cuba, ciudad en la que ya había ejercido de Fiscal. Una verdadera locura, pero José Cayetano con esa paciencia que desde niño siempre le acompañó, aceptó de buen grado, no sólo este rápido cambio, sino los varios que tuvo que sufrir en un corto periodo de tiempo.

Apenas llega a Cuba, a principio de Diciembre de 1892, cuando el 21 de Marzo de 1893 se ve obligado a cesar en el Juzgado de Manzanillo, para incorporarse nuevamente, por ascenso y “necesidades del servicio”, a la Fiscalía de Pampanga, en las islas Filipinas.

El 10 de Abril de 1893, embarca en el puerto de La Habana, con destino a Cádiz, en el vapor Cataluña. Como en el viaje anterior, el barco que lo llevaría de Barcelona al puerto de Cavite, el “Isla de Mindanao”, no saldría hasta finales de Junio, tuvo que esperar casi dos meses para realizar el trayecto. Esta vez no viajó a Lanzarote, prefirió permanecer en Madrid y disfrutar del ambiente cultural y festivo de la capital española. Por la documentación que obra en nuestro poder, su estancia en Madrid fue prácticamente obligatoria, ya que por su rápida salida de Manzanillo quedó sin percibir sus últimos emolumentos, con las correspondientes dietas. Este trámite económico se lo solventó su amigo y abogado de Manzanillo, don Wenceslao Bosch, que quedó encargado de solucionarlo a través del Habilitado General de la isla de Cuba, Sr. Coy. En escrito dirigido a su residencia de Madrid, don Wenceslao le adjunta un pagaré por el importe total de los “pesos” pendientes de cobro.
En víspera del viaje se traslada a Barcelona donde embarca el 23 de Junio, para llegar, por segunda vez, al puerto de Cavite, el 24 de Julio después de 31 días de navegación.

Tranquilo y esperanzado se encontraba en San Fernando, en la Fiscalía de Pampanga, donde llevaba año y medio, cuando el el 10 de Diciembre de 1894, le comunican que tiene que cesar para incorporarse a un nuevo destino: el de “Secretario de la Sala de la Audiencia de San Juan de Puerto Rico”.

Este “nuevo cargo”, le supuso una gran alegría y satisfacción, toda vez que allí se encontraban familiares de su cuñada Margarita: el hermano Rafael Martín Guerra y los tíos de ambos, José María y Francisco Guerra Bethencourt.

De regreso de las islas Filipinas, en el vapor “Isla de Panay”, José Cayetano no embarca inmediatamente para San Juan, se detiene en Madrid una temporada, descansando y reponiéndose de una incipiente diabetes, acreditada con certificación médica expedida en Madrid el 6 de Abril de 1895.

Repuesto de su enfermedad, el 8 de Mayo embarca en Cádiz, en el vapor “León XIII”, con destino a San Juan a donde llega el día 19.

Cuando en 1996 visité en Puerto Rico a varios descendientes de los Guerras, de los que recogí variada información, recopilada en mi obra “El Mayor Guerra”, tuve la oportunidad de conocer y saludar, en su casa del Campus Universitario de San Juan, a Doña Estela Cifre de Laubriel, quien me obsequió y dedicó una de sus obras: “La contribución de los isleño-canarios en la formación del pueblo puertorriqueño”. En esta obra están recogidos todos los canarios que de una u otra forma llegaron a Puerto Rico, (2.733), con indicación de su procedencia, estado, destino y ocupación, así como otra gran variedad datos, entre ellos quienes renunciaron o conservaron la nacionalidad española, en el momento de la ocupación de la isla por los Estados Unidos de América.

La obra contiene una separata en la que están relacionados los funcionarios destinados en la Isla y en ella aparece José Cayetano, como:

“Secretario de la Sala de San Juan y Registrador de la Propiedad”.

La estancia en Puerto Rico le resultó amena y agradable, ejerciendo durante unos meses de Secretario de la Sala y posteriormente Registrador la Propiedad.

Los funcionarios públicos de su categoría: Jueces y Fiscales, por “necesidades del servicio”, podían desempeñar alternativamente, no solo, uno u otro cargo, sino también el de Registradores de la Propiedad. Esta función, además del sueldo, llevaba consigo un incentivo que cobraban conforme a los expedientes que tramitaban. Los Registradores solo podían ser cesados por nombramiento oficial a otro destino, pero en cambio conservaban una “paga vitalicia”, aunque desempeñaran otro cargo. Este nombramiento benefició económicamente a José Cayetano, de tal manera que cuando volvió a desempeñar los cargos de Fiscal o Juez, cobraba un doble sueldo. Esta situación le repercutió favorablemente en su jubilación.

Su sino fue siempre un incesante cambio de destinos, posiblemente no todo el mundo aguantaría esta situación, sin caer en el desánimo o la desesperación. José Cayetano “aceptaba estoicamente” cada nueva o repetitiva situación o cargo, sin exteriorizar ni manifestar nunca, ningún tipo de reproche.

Con ese buen humor que le caracterizó, el 26 de Mayo de 1896, recibe un nuevo nombramiento, otra vez para hacerse cargo de la Fiscalía de la Pampanga, en las islas Filipinas. Parece una película de ficción, un contrasentido o una incredulidad, si no fuese porque conservamos la documentación de todos sus nombramientos, ceses y certificado de los viajes realizados.

Regresa de Puerto Rico y embarca seguidamente en Barcelona, el 26 de Junio, para el puerto de Cavite, en Manila. José Cayetano, según comentaba, ya sospechaba que su estancia en aquellas islas, todavía españolas, iba a ser su última andadura en aquellos territorios, toda vez que el sentimiento independentista y revolucionario se estaba extendiendo cada vez con más fuerza.

De Fiscal de Pampanga, se traslada por ascenso a la Fiscalía de La Laguna, ciudad dependiente también de la Audiencia de Manila. Gracias al conocimiento que ya tenía de la lengua tagala, le solucionó sin contratiempo este nuevo destino; los habitantes de esta ciudad, apenas conocían el castellano.

El 19 de Febrero de 1897, se posesiona como Juez de Instrucción en el mismo Juzgado. Permanece en este cargo hasta Enero de 1899 en que es encarcelado y castrado, como la mayoría de los españoles allí residentes, con motivo de “la revuelta de los tagalos”, que alentados y ayudados por los norteamericanos, luchaban por la independencia de las islas Filipinas.

Después del regreso definitivo, en 1900, pasó los últimos años de su vida en la casa paterna de San Bartolomé, alternando con sus estancias en Arrecife, en casa de Don Nemesio, en cuya Pensión se hospedaba. (Años más tarde, el edificio fue sede de la “Casa Cuartel de la Guardia Civil”).

La casa de sus padres, junto a la Plaza del Carmen, ofrecía la estructura típica de las viviendas tradicionales canarias, con una puerta de entrada que daba acceso a un gran patio, rodeado de las diferentes habitaciones o estancias. En uno de los extremos, una amplia escalera con peldaños de piedra labrada daba acceso al dormitorio principal, utilizado por sus padres, situado en la parte alta o “sobrado” como vulgarmente era conocido. Las viviendas que contaban con una o dos estancias en alto, estaban consideradas en esa época, como pertenecientes a familias de mayor distinción y relevancia económica.

En el ala izquierda del patio, estaba la sala y junto a ella un dormitorio. Estas dos estancias fueron las utilizadas por el “Tío Pepe” desde su regreso definitivo a San Bartolomé. La sala se convirtió en despacho con amplias estanterías acristaladas, donde guardaba “sus cosas” y recuerdos más preciados, además de numerosos libros. El adjunto dormitorio, era su “alcoba” privada.

En los años 60 del pasado siglo, la vivienda fue derruida, conservándose algunas habitaciones además de la escalera y la parte alta; en la actualidad este bello rincón, resto de la antigua casona, se encuentra en proceso de restauración, por los actuales propietarios, parientes del “Tío Pepe”.

José Cayetano fue un viajero incansable. Durante el tiempo de estancia en Cuba, en sus vacaciones, se dedicaba a recorrer la isla, se conocía todos sus rincones, sin olvidar el contacto con su tío Maximino y el hijo de este, su primo hermano Maximino Ferrer Soler, Maestro y Director de la Graduada Escolar de Sancti Spíritus, que contrajo matrimonio, en segundas nupcias, con la joven Clara Cartaya, también Maestra y compañera suya.

Como punto final de este capítulo, definiría a José Cayetano como: “varón de dulce memoria y modesta fama, tenaz y sencillo, recto en el pensar y elegante en el decir, alma suave y cándida, llena de virtud y patriotismo, purificada en el yunque del dolor hasta casi llegar a la perfección ascética”.

UN LANZAROTEÑO EN ULTRAMAR (1)

DON JOSÉ CAYETANO FERRER Y PARRILLA

Desde mi más tierna infancia oí con frecuencia múltiples referencias, sobre quien en el entorno familiar era: el “Tío Pepe”, y “Don José”, para todos aquellos que precisaron de la orientación y defensa de sus intereses; para quienes tuvieron conocimiento que, “por el bien del servicio”, aceptó destinos y viajes tan distantes y arriesgados, sin olvidar la última etapa de su estancia en Manila, encarcelado y castrado por defender, como muchos españoles, los territorios de la España de ultramar, cuyos habitantes lucharon por la independencia de las islas Filipinas y que merced a la justa actuación que tuvo con los “tagalos”, lo excarcelaron, permitiéndole regresar, aunque enfermo, a su tierra natal.

Fue el mayor de siete hermanos, hijo del Comandante y Jefe del Batallón Provincial de Lanzarote Don Blas Trifón Ferrer Ramírez y de Doña María del Carmen Parrilla Perdomo, conocida con el sobrenombre de “La Señora”.

Nació en San Bartolomé de Lanzarote el 8 de Agosto de 1854, figurando inscrito en el Libro 4º de Nacimientos, Folio 25, de la Parroquia del Apóstol San Bartolomé, donde unos días más tarde fue purificado por las aguas bautismales.

Acerca del nombre, su abuela materna Doña Damiana quiso que se llamase Cayetano, de tradición familiar y que entre otros lo llevó el que fuera primer Cura Párroco de la Iglesia de San Bartolomé: Don Cayetano Guerra Clavijo y Perdomo. Su madre se inclinaba por el de José, por la gran devoción que profesaba a dicho Santo. De mutuo acuerdo y para evitar diferencias entre madre e hija se le impuso por nombre de pila el de José Cayetano.

Al mediodía del primer domingo de septiembre de 1854, hizo señal de bautizo la campana mayor de la iglesia parroquial de San Bartolomé. El litúrgico son, que anunciaba la llegada a la Santa Madre Iglesia de un neófito que pide lugar entre los militantes cristianos y viene a purificarse por las aguas bautismales, se extendió a través de los últimos y calenturientos días del verano, y quedó como en suspenso por encima del pueblo.

De la estrecha calle junto a la Plaza del Carmen, como a ochocientos metros del templo parroquial, salió, camino de éste, un sencillo cortejo familiar que iba en pos de una jovencita cuyos brazos sostenían, bajo la vigilancia inmediata de una señora mayor, un pequeño recién nacido envuelto en encajes y enaguados bienolientes a sahumerio casero.

Mientras las mujeres esperaban con el niño, sentadas en las sillas junto al baptisterio, el párroco, Don Antonio Bermúdez Pérez, junto al padrino y algunos invitados, en la mesa del Altar, llenaba las formalidades de la inscripción en el libro de bautismos. El señor cura cerró la partida con su firma y rúbrica, y preguntó luego a un acólito si había llegado el organista. La respuesta la dio el mismo órgano, que resonó en tumulto de escalas de prueba, allá en lo alto del coro.

En la nave comenzaron, entre la dulce melodía que desgranaba el órgano, las ceremonias previas del ritual que continuaron en el baptisterio.

Dicen que el padrino pidió al padre cura que le pusiese al niño un poco de sal en la boca para que alcanzase la gracia de la sabiduría y para que la fe que se le concedía no le faltase jamás. El párroco sonrió bondadoso y prosiguió la ceremonia, bella y exacta como todas de la santa liturgia de la Madre Iglesia.

“Yo te bautizo, José Cayetano, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”, concluyó el cura al tiempo de rociar la ablución de agua bendita sobre la cabeza del niño.

Y en la boquita rosada del pequeño se dibujó el preludio del llanto primero de nuevo cristiano, que entra en el valle de lágrimas que hay que recorrer en esta vida mortal para ser dignos de la eterna. Si rompió el llanto iniciado en los puros labios al sentir el agua sobre el tierno cráneo, solamente cubierto por una pelusilla negra y sedosa, lo ahogó la trompetería del órgano lanzada en pleno de sonidos, acordes pero casi tempestuosos, por las manos del organista que tenía por costumbre agotar así, al final de las ceremonias, todo el aire del fuelle.

Ya bautizado en Cristo, José Cayetano Ferrer y Parrilla, la comitiva familiar tornó a la casa de la Plaza del Carmen. Una invisible y enorme interrogación proyecta su inefable sombra en el pensamiento de los padres del hijo adorado, mientras se esfuerzan en agradar a los invitados con sonrisas gozosas y confituras abundantes.

¿Qué será en la vida nuestro hijo José Cayetano?. Así pensaron sus padres, quizás contagiados por la precariedad política que se vivía bajo el reinado de Isabel II.

Descendiente de una estirpe de militares, desde que un antepasado suyo, a finales del siglo XVI, llegara a la isla, destacan entre otros: su tatarabuelo Don Blas Ferrer Rodríguez, que mandó construir una nueva vivienda alejada de los avatares del jable, conocida como “Casa de los Ferrer” y en la actualidad “Casa Ajei”, declarada Monumento Histórico Artístico; su abuelo Don Tomás Ferrer Perdomo, Teniente Coronel y Fiscal de Lanzarote; Don Tomás intervino, en el episodio de la “Guerra Chica” de Arrecife, defendiendo el Castillo de San Gabriel junto al entonces Gobernador Militar de las Armas de Lanzarote, su paisano Don Lorenzo Bartolomé Guerra Perdomo, hijo del “Mayor Guerra”; y su padre, Don Blas Ferrer Ramírez, Comandante Jefe del Batallón Provincial de Lanzarote.

Con voluntad juiciosa y docilidad amable, aprendió las primeras letras en la única Escuela de niños que en esa época había en San Bartolomé, regentada por el Maestro de Instrucción Pública, Don José Rodríguez Parra que, en algunas etapas, compatibilizó el ejercicio de la enseñanza con el de Secretario del Ayuntamiento.

Por carecer de centro oficial, la segunda enseñanza o bachillerato, no se podía cursar en Lanzarote. Aquellos que deseaban continuar sus estudios, se veían obligados a trasladarse, bien a Las Palmas de Gran Canaria, para continuarlos en el “Seminario Conciliar Diocesano de Canarias”, o a La Laguna, donde se encontraba el “Instituto de Canarias”.

El Instituto de Secundaria de Las Palmas de Gran Canaria, fue inaugurado en 1918 y el de Arrecife de Lanzarote, tercero de las Islas, en 1926, bajo la dirección del Comisario Regio Agustín Espinosa García, hijo de Agustín Espinosa, compañero de estudios de José Cayetano Ferrer, en la Universidad de Sevilla. En el Anexo se hace referencia a éste entrañable amigo y compañero.

A la temprana edad de doce años, sus padres lo enviaron al Seminario Conciliar Diocesano de Las Palmas de Gran Canaria, para estudiar el bachillerato. Terminado éste, su madre quiso que siguiese en el Seminario, pero él nunca mostró interés ni vocación por la carrera eclesiástica ni por continuar con la tradición militar de la familia.

El movimiento de pasajeros y mercancías entre los puertos canarios, se hacía a bordo de pequeños barcos, balandras y pailebotes de vela, hasta principios del siglo XX, conocido con el nombre de “cabotaje menor”. La primera Lista Oficial de Buques data del año 1884. En fechas anteriores no existía una relación medianamente fiel de la flota mercante canaria, ni Registro de Buques, ni tan siquiera una Lista de Loyd´s Register referida a Canarias que poder consultar. A raíz de la creciente exportación de la cochinilla, a finales del siglo XVIII y principios del XIX, fue creciendo el tráfico marítimo entre las islas. Casas armadoras como Elder & Dempser, en Las Palmas o la Compañía Guirlanda Hermanos, en Tenerife, acapararon la mayor parte del movimiento de la carga y pasaje interinsular, durante la segunda mitad del Siglo XIX.

La Ley de Puertos Francos de 1854 dio un gran impulso a las comunicaciones entre las islas, entre estas y la península, así como con puertos extranjeros. A finales del XIX se creó la Compañía de Vapores Interinsulares Canarios, filial de la Elder Dempser, a la que se le adjudicó el servicio del correo entre las islas del archipiélago. En 1911, ésta naviera resultó ganadora de un nuevo concurso para establecer líneas regulares interinsulares. En 1921 entró en competencia con la Transmediterránea, provista de buques tan emblemáticos como el “Viera y Clavijo”, “La Palma”, “León y Castillo”, “Lanzarote”, “Gomera”, etc., que terminó absorbida por ésta.

Los barcos en los que viajó José Cayetano, durante los años de estudios del bachillerato en el Seminario Conciliar Diocesano de Las Palmas, entre 1866 y 1873 y que eran los que hacían el tráfico de cabotaje entre las islas, fueron: la goleta “Teide”, de dos palos; el pailebot “Gaspar”; y el velero “San Antonio”.

La goleta “Teide”, al igual que el “Gaspar” o el “San Antonio”, que hacían el servicio de cabotaje entre las islas, a finales del siglo XIX, eran pequeñas embarcaciones de dos palos con aparejo formado por velas de cuchillo, es decir:

“velas dispuestas en el palo, siguiendo la línea de proa a popa, en vez de montadas en vergas transversales como las velas cuadradas”.

Aunque las goletas se dedicaban generalmente al servicio del transporte de mercancías, entre las islas se utilizaban para el transporte de pasajeros, por ser este el único medio de traslado entre ellas.

José Cayetano obtiene el Título de Bachiller en 1873, a los 19 años de edad, expedido por el Rector de la Universidad Literaria de Sevilla, de la que dependía el “Instituto de Canarias”. El Título lleva fecha de seis de Octubre de mil ochocientos setenta y seis, registrado al folio 52 del Libro correspondiente.

Su tío paterno, Don Maximino Ferrer Ramírez que ejercía de Juez en Sancti Espíritus, provincia de Santa Clara, Isla de Cuba, y en algunas ocasiones de Registrador de la Propiedad, le animó para que estudiase Derecho y por esta carrera se inclinó, en contra del deseo de su padre, que deseaba continuase con la tradición militar de la familia.

Ingresa en la Universidad hispalense de Sevilla en Octubre de 1873 y después de cinco años de estudios, se doctora en Derecho Civil y Canónico el 8 de Diciembre de 1878.

La opulenta Sevilla era la capital del comercio entre España y sus colonias y merced a la riqueza derivada de esa feliz circunstancia, ocupó el primer lugar en el renacimiento español. Desde Sevilla se prepararon las expediciones descubridoras del Nuevo Mundo. Desde su puerto salían, y a él tornaban, los descubridores, conquistadores y colonizadores. En Sevilla se estableció aquel admirable organismo llamado “Casa de Contratación de Indias”, a la vez Tribunal, Academia y factoría, que tuvo a su cargo cuanto se relacionó con el descubrimiento, navegación y comercio del nuevo continente.

De la imprenta sevillana es filiación directa, en la Cuba de nuestro biografiado, la primera que a través de los mares extendió el peregrino invento de Gutenberg; y las artes, en general, a Sevilla deben su impulso y su carácter en el Nuevo Mundo; pues en tanto que la industriosa ciudad comercial movía en su recinto innumerables telares y talleres, y los muelles de la ribera del Guadalquivir arrebataban a Génova su actividad de primer puerto, cultivábanse todas las ramas del saber y del arte con fama y asombro capaces de dejar huella en el Romancero, o crónica popular, cuyas páginas no suelen admitir sino lo maravilloso:

“Sevilla, la rica y fértil,
ilustre en armas y letras,
que basta decir Sevilla
para decir sus grandezas.”

El regreso a la casa paterna, durante los años de estudio, sólo lo hace los meses de verano. El alto costo de los traslados y la tardanza de la travesía en barco, le imposibilita la frecuencia de los viajes.

En 1878, la isla de Lanzarote pasó por uno de los años más calamitosos de su historia económica, debido a la escasez de recursos y carencia de lluvias, que creó situaciones muy delicadas en la inmensa mayoría de los isleños.

El joven José Cayetano, estudiaba la carrera de Derecho en la Universidad sevillana, y estando de visita en Lanzarote su tío Don Maximino Ferrer Ramírez, Juez de Sancti Spíritus, prestó a su hermano Blas 100 duros, cantidad generosa, que envió a Sevilla para sufragar los gastos finales de la carrera de su hijo.

Diez años más tarde, José Cayetano, en esa època Fiscal de Manzanillo, perteneciente a la provincia de Puerto Príncipe, Cuba, abona a su tío Maximino el importe del préstamo concedido para la terminación de sus estudios. El pago lo realiza por giro postal a la ciudad de San Antonio, donde su tío se encontraba destinado.

De entre sus compañeros de estudio siempre destacó la entrañable amistad que tuvo con Antonio Feijoo, con quien compartió habitación durante su estancia en Sevilla y con el que coincidió años más tarde en Baracoa, Cuba, cuando éste ejercía de Juez; y con Agustín Espinosa, padre de Agustín Espinosa García, Comisario Regio y Profesor del primer Instituto de Enseñanza que tuvo Arrecife, creado en 1926.

Terminada la carrera regresa a su pueblo natal y abre despacho en la casa paterna, situada en el extremo sureste de San Bartolomé, frente a la cual había un terreno de propiedad familiar, nominado Plaza del Carmen, en honor y recuerdo a su madre. Esta vivienda, propiedad de la familia Parrilla, fue aportada por Doña María del Carmen Parrilla Perdomo al contraer matrimonio con Don Blas Ferrer Ramírez. Su padre había nacido en la conocida “Casa de los Ferrer”, hoy “Casa Ajei”, actualmente propiedad municipal. José Cayetano fue el primer Licenciado en Derecho, que como abogado ejerció y tuvo despacho en San Bartolomé.

La Plaza del Carmen era, por aquella época, una acogida de aguas pluviales por donde discurría el agua hacia dos aljibes situados en el cercado familiar, colindante con la casa. El agua recogida en el primero de los aljibes, no sólo procedían del terreno de Doña Carmen, sino también de otro colindante, propiedad de la familia de Doña María Perdomo Perdomo, casada con Don Marcial Bermúdez, padres de Doña Clotilde Bermúdez Perdomo, última propietaria de la vivienda, situada al norte de la casa de Doña Carmen, y que en época de abundantes lluvias tenía “derecho de agua” en el indicado aljibe.

A Doña Carmen se le conocía con el sobrenombre de “La Señora”, por la cantidad de obras benéficas y caritativas que hacía, principalmente socorriendo a los necesitados en los años calamitosos que durante su época asolaron Lanzarote, que ocasionaron una gran emigración hacia los países americanos, colonias españolas y otras islas canarias.

Doña Carmen, poseedora de una gran riqueza, era “toda una Señora”, sin los remilgos y etiquetas propios de su clase y condición. Trataba a iguales e inferiores socialmente con toda llaneza y amabilidad afectuosa, a todos los medía en su familiaridad ingénita por el mismo rasero.

De carácter benévolo, cándido y jovial, conservó de casada y viuda la inocencia ignorante y sin malicia de la doncella nacida en buenos pañales y educada con recato escrupuloso junto a una madre de severas y cristianas costumbres.

Creció y desarrolló en un ambiente místico, saturado de escrúpulos y preocupaciones.

Pedía la bendición a sus padres al acostarse y al levantarse, costumbre que transmitió a sus hijos; rezaba el rosario en familia, y en la suya lo continuó junto al sencillo oratorio que aún se conserva en la parte de la casa que se está restaurando. Cumplía con la Iglesia y asistía a jubileos, novenarios y procesiones, amén de ayunos en cuaresma y días de vigilia. Fue una buena cristiana, humana y compasiva, pero no hipócrita y gazmoña.
Casó joven y si sumisa estuvo doncella a la autoridad paterna, sumisa continuó casada a la autoridad de su esposo y al igual que oía consejos y advertencias de los que le dieron el ser, escuchaba las observaciones de su cónyuge, suave y amoroso en su trato, lo que permitía que en su hogar reinase una paz octaviana.

Muchos años se prolongó su viudez, sin que diera jamás con sus actos pábulo a la chismografía y maledicencia, moneda corriente en los pueblos pequeños.

Según se decía, diariamente preparaba unos grandes calderos de sopa o potaje que distribuía entre las familias más necesitadas y a quienes trabajaban con ella: asalariados y medianeros; en las peonadas y época de vendimia, les preparaba suculentos sancochos.

Don José bajaba a Arrecife dos veces por semana, para resolver en los Juzgados, Comarcal o de Instrucción, los litigios de los vecinos de San Bartolomé y pueblos de los alrededores. La mayoría de los casos eran pleitos familiares por herencias, cambios de linderos, contratos de compra-venta, arrendamientos y medianerías, principalmente.

Utilizaba el burro como medio de transporte y coincidía en el viaje con su padre, que a caballo, se desplazaba diariamente al Destacamento militar, ya por esa época ubicado en Arrecife, a seis kilómetros del domicilio familiar, y del que era Comandante Jefe del Batallón de Lanzarote.

No se encontraba a gusto con la situación como se desarrollaba su trabajo y estuvo a punto de trasladar su despacho a Arrecife. Aunque no lo llevó a efecto, cambió su vecindad, fijando su residencia en la capital de la isla.

La certificación de su nueva residencia oficial, que en el anexo se indica, la solicitó a efectos de acreditar “no pertenecer al Batallón”, lo que por su edad, puede interpretarse como “tener la libertad para realizar cualquier actividad ajena a la milicia”, posiblemente ya estaba pensando en dejar la isla, trasladarse a Madrid y preparar las oposiciones de Judicatura.

Hay que retrotraerse a la época, la situación de calamidad que por entonces se vivía en Lanzarote y sobre todo después de haber estado varios años ausente de la isla, en la opulenta Sevilla, capital del comercio universal y centro del mundo; ciudad de gran importancia y principal centro del comercio y de las relaciones de España con las colonias americanas, y merced a la riqueza derivada de esta feliz circunstancia, establecerse en San Bartolomé o el Arrecife de aquella época, en precaria situación, era como sentirse ahogado y reprimido.

La convocatoria de oposiciones a la Judicatura, fue como el revulsivo que estaba esperando para cambiar de destino. Se traslada a Madrid para prepararlas y las aprueba en 1883. Durante su estancia en la capital de la nación se alojó en una casa de huéspedes, situada en la calle Montera, 13. En esta dirección se hospedó en repetidas ocasiones, tanto, cuando regresó de Cuba para embarcar en Barcelona con destino a Manila, como cuando regresó de este destino para trasladarse a Puerto Rico. También cuando regresó de San Juan para incorporarse a su destino en Pampanga, dependiente del Distrito de Manila y finalmente cuando regresó definitivamente a Barcelona, motivado por la independencia de las islas Filipinas. Después de un año de estancia en Barcelona, recuperándose de su delicado estado de salud, también se hospedó en esta casa de huéspedes. Conservamos varios escritos dirigidos a él en esa dirección madrileña, así como algunas facturas de gastos por su estancia.

En la relación de vacantes a elegir no figuraba ninguna plaza de Fiscal en las Islas Canarias. Como no le apetecía quedarse en la España peninsular, solicitó destino en San Juan de Puerto Rico y al no obtenerlo, fue destinado a Baracoa, primera ciudad fundada por los españoles en América, perteneciente a la provincia de Santiago, en el extremo Nororiental de la isla de Cuba y de la que tomó posesión el 16 de Noviembre de 1883.

Podemos preguntarnos porqué ese interés en solicitar destino en Puerto Rico. Hay que tener en cuenta que su cuñada Margarita Martín Guerra, esposa de su hermano Juan, mantenía correspondencia con su hermano Rafael y con sus tíos José María y Francisco Guerra Bethencourt, descendientes del Mayor Guerra, que se encontraban en dicha isla a donde habían emigrado, en 1855 los hermanos Guerra, y en 1876 su hermano Rafael.

El cercano parentesco de estos paisanos con su cuñada Margarita, era motivo más que suficiente para emprender un viaje tan lejano sabiendo de antemano que contaría con el apoyo, la orientación y el cariño de sus “parientes”, desde un primer momento.

El deseo de trasladarse a Puerto Rico se vio frustrado por la carencia de vacantes en la isla, decidiéndose solicitar destino en Cuba, donde su tío Maximino se encontraba desempeñando el cargo de Registrador de la Propiedad en la ciudad de Sancti Espíritus, región central de Cuba, perteneciente a la provincia de Santa Clara.