EL VIEJO CEMENTERIO
La Iglesia tiene forma
de perfecta cruz latina, con una nave central y dos capillas laterales. Cuenta
con Altar Mayor, púlpito, coro y su correspondiente campanario de cuatro caras.
La cubierta es de dos aguas en la nave central y de cuatro en el altar Mayor y
las Capillas. Junto a la puerta de la entrada principal, de dos hojas, (tiene
otra lateral, también de dos hojas), hay un espacio donde se encuentra una contrapuerta
de madera con dos hojas laterales, que a modo de atrio, evita la entrada
directa de la calle al interior del templo.
Cuando los pueblos
carecían de cementerio, era costumbre dar sepultura a los difuntos –como en
siglos pasados- dentro de la
Iglesia. Esto al parecer nos viene desde Roma y la
construcción del Panteón Romano. El Panteón era un edificio reservado como
sepultura y templo destinado a los Dioses.
San Bartolomé, al
inaugurarse la
Iglesia Parroquial , careció de cementerio, motivo por lo que
los enterramientos tuvieron lugar dentro del templo, pese a la Real Cédula de Carlos
III, promulgada en 1787, por la que se estableció el uso de cementerios
ventilados fuera de las poblaciones y que “sólo trata de evitar enfermedades,
epidemias y pestilentes que se creen nacen del aire de las Iglesias, corrompido
por los cadáveres que se entierra en los pavimentos” y “se evite el más remoto
riesgo de filtraciones”. Como se ve, la necesidad de establecer cementerios
fuera de las poblaciones no era ya solamente una cuestión de espacio, sino
también de salubridad pública, asunto este de mucha mayor importancia. La Real Cédula fue
acogida de buena gana por parte de la población y de las autoridades civiles.
Desconocemos como se
distribuían los enterramientos de los cadáveres de los parroquianos dentro del
recinto de la Iglesia, desde la entrada hasta el altar mayor. Generalmente se
solía reservar un lugar preferente para las autoridades eclesiásticas y
miembros notables de la
sociedad. Respecto a los enterramiento en la Iglesia de San
Bartolomé, solamente tenemos constancia documental del enterramiento, el 4 de
Febrero de 1808, del Alguacil Mayor y Regidor de la Isla de Lanzarote, el Teniente
Coronel Don Francisco Tomás Guerra Clavijo y Perdomo, “Mayor Guerra” y su
esposa Doña María Andrea Perdomo Gutierrez, el 6 de Mayo del mismo año, en la
Capilla de Nuestra Señora de los Dolores, cuya construcción fue costeada por
los mismos, amortajados con los hábitos del seráfico San Francisco de Asís y la del Señor Santo
Domingo, respectivamente.
A los pocos años de
inaugurarse la Iglesia, el recinto interior de la misma se encontraba casi
ocupado y al momento de celebrarse las misas, los concurrentes comenzaron a
sentir olores nauseabundos a carne putrefacta de los cadáveres sepultados
durante esos años, mezclados con olores a flores propios de los velatorios,
también mezclados con los humos de las velas de cera y sebo, más olores propios
de las personas que llenaban el templo, hacía que tuviese que ser impresionante
el sacrificio de los feligreses, por la devoción en la creencia religiosa, al
soportar por más de una hora el ritual de la misa.
El Alcalde del pueblo
recibió notificación del Párroco Don Cayetano Guerra, dándole cuenta de la
gravedad de la situación de la
Iglesia. Por medio del siguiente edicto, convoca a los vecinos
para tratar de la construcción de un Cementerio, cuyo contenido literal es el
siguiente:
“En el pueblo de San
Bartolomé a veinte de Agosto de 1809, el Señor Don Francisco de la Cruz Guerra Ferrer ,
(sobrino del Mayor Guerra), Capitán de Milicias, Juez Militar y Alcalde del
pueblo, dice: Para tratar de asuntos urgentísimos en que se interesa el buen
Estado y Conservación al Público, quantas son las disposiciones que se han de
dar para la formación de un Cementerio por no poderse ya darse sepultura a
nuestros cadáveres dentro de la Parroquia, según lo ha hecho presente el
venerable Párroco en oficio a catorce del que se rige, que en él ha insinuado
que ya ha dado sepulcro dentro del osario por hallarse ocupada la Parroquia y
observar principio de cierta fetidez que nos amenaza de alguna peste de la que
debe precaver sin perder momentos, por los medios más eficaces, ruego a los
vecinos concurran todos los que quieran, para tratar de una materia tan
importante, en cuya asistencia manifestarán el interés que todos toman en este
asunto. Y para que conste, así lo dicto, mando y firmo: Francisco de la Cruz Guerra Ferrer ”.
El edicto del Alcalde
suscitó diferentes opiniones relativas al emplazamiento del nuevo cementerio,
materializadas en dos corrientes de opinión. Unos eran partidarios de la
construcción junto a la
Iglesia Parroquial , (los adictos al Alcalde y su familia, que
constituían la mayoría), mientras otros fueron partidarios de la construcción
fuera del pueblo, por encontrar inconvenientes en hacerlo dentro del mismo.
Estos últimos, “disidentes de la corriente oficial”, se reunieron y
constituyeron una Junta presidida por don Francisco Betancort y don José Perdomo Perdomo, entre
otros vecinos, para hacer ver al pueblo el inconveniente de construir el Cementerio
dentro del mismo.
Con la opinión en
contra de unos pocos, la mayoría de los vecinos decidieron que el Cementerio se
construyera junto a la Iglesia, ofreciéndose para repartirse el costo de los
terrenos donde habría de construirse el Cementerio, construcción que comenzó de
inmediato.
Al iniciarse las obras,
quienes estaban en contra de su decidido emplazamiento, fueron con la queja al
Alcalde Mayor de la Isla y este, después de oirles, “solicitó se mandase
suspender la mencionada fábrica hasta que con mayor conocimiento de causa se
destinase un sitio más a propósito para ella y en que menos peligrase la
pérdida de su saludable objeto”.
Este mandato del
Alcalde Mayor convenció al Juez quien, “observando lo importante y útil de
semejante pretensión, accedió a ello y libró el competente despacho para que se
verificase su publicación en el primer día festivo, después de la misa”. Como
esta providencia era un poco agria, el Párroco entregó el documento al Alcalde
de San Bartolomé, quien teniéndolo ante sí, como se esperaba, dio lugar a una
queja ante el ordinario, para que fuese él, quien lo comunicara a los vecinos.
Al tener conocimiento
de este mandamiento, los partidarios de la construcción del Cementerio junto a
la Parroquia, “se quejaron y negaron a que se suspendiesen las obras, también
querían que se les oyese en justicia, que se hicieran pericias y
reconocimientos”.
Estas desavenencias
duraron algún tiempo y de ellas “ha tenido gran parte, la culpable tolerancia
del Juez, quien ha dado margen a muchos y graves perjuicios, siendo el mayor de
ellos, el que todavía insisten aquellos quatro o seis poderosos aliados del
Cura y del Alcalde de San Bartolomé, en el encaprichado deseo de llevar a
efecto la obra del Cementerio junto a la Iglesia”.
Las diferentes
opiniones, con sus correspondientes quejas e intervenciones judiciales,
llevarían consigo la paralización de las obras del Cementerio al tiempo que se
agravaba la situación dentro de la Iglesia, al no poderse enterrar más
cadáveres en la misma por encontrarse ésta totalmente ocupada.
Ante esta difícil y
peligrosa situación, el Alcalde no dudó en tomar una determinación, apoyado por
las fuerzas vivas del pueblo, determinación que quedó recogida en la siguiente
acta:
“Una semana más tarde,
el 27 de Agosto de 1809, comparecieron en la Sala del Ayuntamiento de San
Bartolomé, el señor Alcalde don Francisco de la Cruz Guerra Ferrer ,
el Capitán don Juan Vicente Bethencourt Brito, el Teniente y Diputado don
Nicolás de Salazar Carrasco Ferrer, al Capitán don José Guerra Clavijo
y Perdomo, el Teniente don Rafael Ferrer Ramírez , el Sub-Teniente don Manuel Perdomo Fuigueroa,
los vecinos don Antonio Perdomo
Figueroa y don José Perdomo
Perdomo, entre otros. También asistió el venerable Párroco don Cayetano Guerra
Perdomo.
Todos ellos toman el
acuerdo de construir el Cementerio junto a la Iglesia, por el Poniente, como se
tenía previsto y por lo que respecta a los gastos de la fábrica de paredes,
puertas y demás, acuerdan hacer frente a los mismos, si bien han de correr por
el pueblo, personas de respeto, a fin de que voluntariamente ofrezcan todo como
vecinos y si estos ofrecimientos no acceden al costo de la fábrica, vuélvase a
reunir el pueblo y prudentemente se repartirán lo que falte”.
La propuesta defendida
por el Alcalde y su familia, salió triunfadora y muy pronto se acabó la
construcción del Cementerio, comenzando los enterramientos en el año de 1810.
Además de su equivocado emplazamiento, el Cementerio adoleció de falta
de espacio, pues su utilización fue relativamente corta, algo más de un siglo.
En 1925 se iniciaron las obras para la construcción de un nuevo cementerio, en
las afueras y al sur del pueblo, inaugurado en 1927, en tiempos del Alcalde don
José Cabrera Torres.
En la década de los
sesenta, del pasado siglo, por acuerdo de la comunidad religiosa se decidió
construir un Salón Parroquial en el solar del antiguo Cementerio. Años más
tarde, en convenio con la Diócesis, la propiedad pasa al Ayuntamiento. La
Corporación ejecuta las obras necesarias para remodelar el Salón y convertirlo
en un amplio y moderno Teatro Municipal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario