viernes, 2 de octubre de 2009

"LA MOLINA DE SEÑO IGNACIO"

En el Recinto Ferial de Mancha Blanca, Tinajo, y con motivo de la festividad de “Nuestra Señora de Los Dolores”, Patrona de Lanzarote, 15 de Septiembre de 2009, el Iltmo. Ayuntamiento de la Villa de Teguise, instaló un stand dedicado a los molinos, en el que se distribuyó un opúsculo titulado: “MOLINOS DE LANZAROTE”, de los autores Don Francisco Hernández Delgado y Doña María Dolores Rodríguez Armas.
En el centro del stand se expuso un gran mortero de piedra, “el más grande de los localizados en Canarias, descubierto en el Palacio del Marqués de Herrera, que puede contemplarse en el Palacio Spínola de Teguise”.
En la mencionada publicación se recoge un extenso y detallado estudio y funcionamiento de los molinos manuales de piedra, molinetes, morteros, tahonas y especialmente de los molinos y molinas de viento de Lanzarote, “testigos mudos de los sufrimientos y calamidades de los agricultores lanzaroteños”.
Nos obsequian los autores con una amplia relación de los principales molinos y molinas de viento que han existido y de los que aún quedan en la geografía lanzaroteña.
Según se recoge en la publicación, el escritor Don Agustín de la Hoz referencia la existencia de hasta doce molinos de viento en Arrecife y como dos de ellos, un molino y una molina, fueron propiedad de familiares relacionados con el autor de este escrito, trataré de proporcionar información detallada de los mismos, con la única finalidad de ampliar, aclarar y enriquecer el interesante trabajo presentado.

Los dos molinos referenciados: “en Matas Verdes el de Nemesio Rodríguez” y “el de Seña Encarnación situado muy cerca del hoy llamado Hotel Lancelot”, figuran con errónea descripción de situación que aclararé, para que en próximas ediciones puedan quedar descritos en sus correctos detalles y reseñas.

Nemesio Rodríguez Borges fue el esposo de mi tía-abuela Genara Perdomo Martín y entre sus propiedades se relaciona un terreno en el lugar conocido por “Las Vistas”, en las afueras de la Ciudad. Para situarlo, en el actual callejero de Arrecife, el terreno lindaba por el Norte con la hoy calle La Inés, al Sur con el camino que va a Yaiza, primero llamada calle García Guerra y hoy José Antonio, al Este con casas y terreno, hoy solar y calle Coronel Benz y al Oeste con terreno, hoy calle El Daute; con una cabida de doce mil metros cuadrados y cuya descripción, según escritura, fue la siguiente:

“Un cercado de cabida de diez celemines y dos cuartillos de tierra de labradía, o sean una hectárea, veinte áreas, cuarenta y cuatro centiáreas, con inclusión de “un molino de torre”, una casita de dos huecos y un aljibe de doscientos metros cúbicos de cabida con una extensión de terreno para acogida, que radica en las afueras de esta Ciudad, donde llaman “Las Vistas”, lindando al Norte o punto que mira a La Vega con tierras de herederos de Doña Carlota de Armas, al Sur con carretera que va a Yaiza, al Naciente con casas y terreno que fue de Don Francisco Frías Armas y al Poniente con tierras de herederos de Don Domingo Estévez. Inscrita en el Registro de la Propiedad del Puerto del Arrecife, al folio 58, tomo 306, libro 23”.

En este terreno Don Nemesio trazó varias calles y comenzó la construcción de viviendas para alquilar. Las calles abiertas responden en la actualidad a los siguientes nombres: “La Inés”, “Paragüay”, “Cabo Juby”, “El Pedro”, “El Daute” y “Rubicón”. Esta última se nominó así en recuerdo de la calle que con el mismo nombre fue la residencia tradicional de la familia en San Bartolomé, donde en la actualidad está instalado el Museo Etnográfico Tanit.
Hacia finales del siglo XIX y comienzos del XX, el propietario continuó con la segregación de parcelas para la construcción de nuevas viviendas; el uso del molino se fue abandonando hasta el punto que por los años 20 del pasado siglo acabó derruido. Cuando en 1964 comencé la construcción de un edificio, en las afueras de Arrecife y hoy lugar céntrico, como es la Avda. de la Mancomunidad, en la Playa del Reducto, para la cimentación del mismo, se utilizaron piedras del derruido molino y de los muros del aljibe, que había sido enterrado.
Del solar original, después de varias segregaciones para calles y solares que se edificaron, aún queda, en propiedad de la familia, una zona delimitada por las calles La Inés, Paragüay y Cabo Juby, contemplada actualmente en el Plan General de Arrecife como zona verde.

La otra alusión, a la que hace referencia la obra, es el “Molino de Seña Encarnación”. Este molino, fue en realidad una molina, de planta cuadrada y torreta de madera con aspas. Se encontraba situado en otra propiedad familiar, también en las afueras de Arrecife, llamada “Matas Verdes”. La delimitación del terreno en el callejero actual sería el siguiente: al Norte carretera que conduce a Yaiza, calle García Guerra, hoy José Antonio, al Sur con camino a la orilla del mar, hoy Avda. Mancomunidad, frente a la Playa del Reducto, al Naciente las calles Asturias, Pedro Barba y El Tiburcio y al Poniente la calle Ildefonso Valls de la Torre, con una superficie de cinco mil setecientos metros cuadrados, siendo su descripción según escritura la siguiente:

“Trozo de tierra de cinco celemines más o menos, o sean cincuenta y siete áreas, situado en las afueras de esta Ciudad, donde dicen “Matas Verdes”, que comprende una casa de dos huecos, una molina y un aljibe, que linda el todo al Norte con carretera que conduce a Yaiza, al Sur con camino público en la ribera del mar, al Naciente con tierras de Don Leandro Barreto y Poniente con las llamadas Capellanía de Arroyo. Inscrita al folio 179, tomo 124, libro 9”.

Esta molina fue siempre conocida como “La molina de Seño Ignacio”, nombre del molinero que en ella trabajó y vivió durante muchos años. Al fallecimiento de Seño Ignacio, continuó como molinero su hijo Juan Rodríguez Peña, quien en compensación por su trabajo y al poco rendimiento de la molina, Don Nemesio le donó una participación en el terreno, cuantificada en las tres octavas partes del mismo. Le sucedió como molinero su hijo Ignacio Rodríguez Cabrera, por poco tiempo, pues en la década de los años 20 del pasado siglo la molina dejó de funcionar; Ignacio se trasladó con su familia a Las Palmas de Gran Canaria, donde vivió en la calle Tecén de la Isleta.

Habiendo quedado vacía la vivienda de la molina, Doña Genara Perdomo Martín, mi tía abuela, viuda de Don Nemesio, que había fallecido en 1923, se la cedió en precario a Encarnación cuando iba a contraer matrimonio. Esta señora trabajó con Doña Genara, desde que quedó viuda, en su casa de La Plazuela, donde su marido tuvo una Pensión, conocida como la “Pensión de Nemesio”. Este edificio se conserva en la actualidad y fue conocido posteriormente como el “Cuartel de la Guardia Civil”.
Encarnación contrajo matrimonio con Marcial, marinero y allí vivieron varios años. Como la casa se encontraba muy deteriorada, Doña Genara les donó un solar en la calle Carlos Sáenz Infante, esquina a la de Pedro Barba, donde el matrimonio construyó una casa de dos habitaciones con cocina y corral en el patio trasero. Cuando Doña Genara se trasladó definidamente a la casa familiar de San Bartolomé, en 1935, Seña Encarnación quedó encargada de cobrar los alquileres de las casas que la familia poseía en Arrecife. La costumbre de ver a Seña Encarnación ocupando la vivienda de la molina durante varios años y como quiera que también cobraba el alquiler del inquilino que vivió en la casa adjunta a la molina, fue posiblemente el motivo por el que algunos la señalaron como “la molina de Seña Encarnación”.

Ante el estado de ruina de la molina con la vivienda y el peligro que suponía el casi derruído aljibe, se optó por rellenarlo para lo que se aprovechó gran parte de los materiales procedentes de la demolición de las dos habitaciones. Quedó en pie, sin techo y sin puerta, el local de la molina.

A finales de la década de los 50, en tiempos del Alcalde Don Ginés de la Hoz, el Ayuntamiento de Arrecife comenzó a planificar la ampliación de la ciudad hacia la playa del Reducto, con el relleno de lo que sería el Parque de las Islas Canarias, la demolición de las casas de la Destila y el trazado de lo que en la actualidad es el paseo de la Playa del Reducto. Al mismo tiempo se trazaron dos calles frente a la playa que más tarde se nominaron con los nombres de Almirante Boado Endeiza e Ildefonso Valls de la Torre. Al trazarse esta última calle, en 1965, quedó dentro de la misma una esquina saliente de la molina, que entorpecía la circulación y el tránsito de peatones. La Corporación Municipal, en 1968, de conformidad con la propiedad, procedió a la demolición y retirada de escombros de las ruinas de la molina, a cambio de exonerar a la propiedad del abono que le correspondía por la construcción de la acera y asfaltado de la calle, desde la Avda. de la Mancomunidad hasta la calle José Antonio.

Por el interés que pueda tener para quienes sientan curiosidad por temas del antiguo Arrecife transcribo un capítulo de la obra: “Tierras sedientas”, editada en 1921 y escrita por Don Francisco González Díaz, quien al recorrer la isla recogió una impresión generalizada de la misma, en esa fecha.
El artículo en cuestión relata, someramente, las habilidades de Don Nemesio Rodríguez Borges, en el ámbito culinario que desarrolló en su Pensión, que estaba situada en la Plazuela, hoy Plaza de la Constitución, esquina a Tresguerras. Don Nemesio fue el esposo de mi tía abuela: Genara Perdomo Martín, de cuyo matrimonio no dejó descendencia.

“EN CASA DE NEMESIO”

“Nemesio es el mejor cocinero de Arrecife; un hombre que no ha oído hablar, seguramente, de Vatel ni de Brillant-Savarín, pero que conoce a fondo la culinaria. Pasó su juventud en la República Argentina y allá aprendió a hacer unos timbales de macarrones deliciosos, y unas sopas y unas tortillas insuperables. Para desplumar magistralmente un pollo, no hay mano como la suya. Para poner, adornar y servir una mesa, tampoco tiene rival en tierras de Lanzarote. Y sobre estas habilidades, completándolas, Nemesio posee las artes de seducción del perfecto hostelero: la virtud de saber hacerse cargo, la adivinación rápida y luminosa del deseo de sus clientes, la palabra avara, el gesto obsequioso, la mirada tierna y una estereotipada sonrisa, a veces mefistofélica.
Con estas dotes, no debe sorprendernos que Nemesio, moviéndose entre su cocina y su comedor durante algunos lustros, haya hecho una fortunita. Ni debe extrañarnos que, luego de amasarla con copiosos sudores y sazonarla con ricas especias como el más suculento de sus platos, hoy se dé Nemesio cierta importancia: la importancia de los generales retirados que descansan y meditan sobre sus laureles, que recuerdan sus hazañas y sonríen un poco despectivos a los reclutas y bisoños que siguen sus huellas. Nemesio se encoge de hombros, escéptico, cuando le dicen que un émulo o un competidor copia sus procedimientos, usurpa sus fórmulas.
Piensa esto, aunque no exprese lo que piensa: ¿Copiar? ¡Bah¡ Nada más fácil. Se copian los cuadros de Velásquez y Rafael, pero solo se consigue demostrar la superioridad de los originales. El quid divinum resulta cada vez más intangible e inviolable.
En fin, Nemesio, enriquecido gracias a sus salsas, guisos, ensaladas y estofados, trabaja actualmente por amor al arte. No abre su puerta para todos; la entorna, y es preciso llamar con fuertes golpes. No admite sino recomendados, gentes de solvencia y prestigio notorios. Prefiere y mima a la magistratura ambulante. Nemesio siente cierta debilidad por Témis. De fondista activo se ha convertido en amateur del fogón, en fondista honorífico. Actúa a ratos, según le place o le conviene; pero en sus horas felices de inspiración, concibe y realiza maravillas. Unos cuantos ingredientes vulgares le bastan para componer un poema manducatoria.
Nemesio constituye un caso inverosímil de éxito económico por la vía digestiva. No se sabe de otro en Lanzarote ni en Canarias. Los que en Canarias dan de comer al hambriento estipendiariamente, son proveedores a quienes pronto se les acaban los víveres.
Previa la venia del posadero, más bien anfitrión, nos reunimos a comer en casa de Nemesio varios amigos, y fuimos tratados a lo príncipe. Diónos un opíparo banquete y tuvimos una cena de las burlas, por el mucho, donoso y bien sazonado ingenio que en torno a la mesa se derramó. El decano de los cocineros lanzaroteños rejuveneciese al presentarnos unas empanadas a la milanesa que venían diciendo a gritos: ¡comednos¡ Cantó las glorias de Némesis. Y evocó los tiempos áureos de su aprendizaje en América, y recordó escenas y episodios de su larga existencia hosteril en Arrecife.
-Cuéntenos aquello del inglés- pidióle uno de los comensales.
Y Nemesio, sin hacerse de rogar, empezó: -Yo era en mis tiempos un luchador de empuje. En el terrero nadie podía conmigo. Y el inglés, mi huésped, que lo sabía, y acostumbraba a emborracharse, llegó cierta noche como una cuba, y me desafió diciéndome: ¡trompis¡ ¡trompis¡
Yo comprendí lo que deseaba, le eché una zancadilla, le tumbé, y ya en el suelo el inglés exclamó:
-¡Very wel¡
Aplaudía mi triunfo atlético. También me entusiasmé, y le perdoné la cuenta del hospedaje. Y aquel diablo rubio, sin chispa de malicia ni chispa ninguna, pidióme luego muchas veces que repitiera la lección. Le enseñé a luchar y él me enseñó a boxear, hasta que nuestras fuerzas se igualaron y fuímos recíprocamente invencibles.
Cuando esto decía, el hostelero-luchador parecía por la expresión placentera de su rostro, catar una excelente salsa. Una altivez napoleónica le agigantaba en su vuelta al pasado histórico.
-¡Bravo, Nemesio¡ le gritamos entre aplausos. Mande usted repicar las cacerolas, y que suenen las copas entre-chocadas. Merece una doble corona su doble heroísmo de luchador y de cocinero.
Después, cerrado este capítulo culinario-pugilista, yo leí varios capítulos de una obra inédita que el célebre condimentador encontró escasa de sal, y los camaradas encontraron buena, tan buena quizás como los guisos de Nemesio el Grande”.

Nota: Nemesio era natural de Tías, sobrino de otro gran luchador: Ulpiano Rodríguez, nombre que lleva hoy el terrero de lucha canaria de su pueblo natal.

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