miércoles, 30 de octubre de 2013

EL VIEJO CEMENTERIO


            La Iglesia Parroquial de San Bartolomé de Lanzarote, tuvo su principio en Abril de 1.796. Fue designado primer Párroco, D. Cayetano Guerra Clavijo y Perdomo, hijo del Mayor Guerra; ambos naturales y vecinos de este pueblo.

            La Iglesia tiene forma de perfecta cruz latina, con una nave central y dos capillas laterales. Cuenta con Altar Mayor, púlpito, coro y su correspondiente campanario de cuatro caras. La cubierta es de dos aguas en la nave central y de cuatro en el altar Mayor y las Capillas. Junto a la puerta de la entrada principal, de dos hojas, (tiene otra lateral, también de dos hojas), hay un espacio donde se encuentra una contrapuerta de madera con dos hojas laterales, que a modo de atrio, evita la entrada directa de la calle al interior del templo.



            Cuando los pueblos carecían de cementerio, era costumbre dar sepultura a los difuntos –como en siglos pasados- dentro de la Iglesia. Esto al parecer nos viene desde Roma y la construcción del Panteón Romano. El Panteón era un edificio reservado como sepultura y templo destinado a los Dioses.

            San Bartolomé, al inaugurarse la Iglesia Parroquial, careció de cementerio, motivo por lo que los enterramientos tuvieron lugar dentro del templo, pese a la Real Cédula de Carlos III, promulgada en 1787, por la que se estableció el uso de cementerios ventilados fuera de las poblaciones y que “sólo trata de evitar enfermedades, epidemias y pestilentes que se creen nacen del aire de las Iglesias, corrompido por los cadáveres que se entierra en los pavimentos” y “se evite el más remoto riesgo de filtraciones”. Como se ve, la necesidad de establecer cementerios fuera de las poblaciones no era ya solamente una cuestión de espacio, sino también de salubridad pública, asunto este de mucha mayor importancia. La Real Cédula fue acogida de buena gana por parte de la población y de las autoridades civiles.

            Desconocemos como se distribuían los enterramientos de los cadáveres de los parroquianos dentro del recinto de la Iglesia, desde la entrada hasta el altar mayor. Generalmente se solía reservar un lugar preferente para las autoridades eclesiásticas y miembros notables de la sociedad. Respecto a los enterramiento en la Iglesia de San Bartolomé, solamente tenemos constancia documental del enterramiento, el 4 de Febrero de 1808, del Alguacil Mayor y Regidor de la Isla de Lanzarote, el Teniente Coronel Don Francisco Tomás Guerra Clavijo y Perdomo, “Mayor Guerra” y su esposa Doña María Andrea Perdomo Gutierrez, el 6 de Mayo del mismo año, en la Capilla de Nuestra Señora de los Dolores, cuya construcción fue costeada por los mismos, amortajados con los hábitos del seráfico San Francisco de Asís y la del Señor Santo Domingo, respectivamente.

            A los pocos años de inaugurarse la Iglesia, el recinto interior de la misma se encontraba casi ocupado y al momento de celebrarse las misas, los concurrentes comenzaron a sentir olores nauseabundos a carne putrefacta de los cadáveres sepultados durante esos años, mezclados con olores a flores propios de los velatorios, también mezclados con los humos de las velas de cera y sebo, más olores propios de las personas que llenaban el templo, hacía que tuviese que ser impresionante el sacrificio de los feligreses, por la devoción en la creencia religiosa, al soportar por más de una hora el ritual de la misa.
           
            El Alcalde del pueblo recibió notificación del Párroco Don Cayetano Guerra, dándole cuenta de la gravedad de la situación de la Iglesia. Por medio del siguiente edicto, convoca a los vecinos para tratar de la construcción de un Cementerio, cuyo contenido literal es el siguiente:

            “En el pueblo de San Bartolomé a veinte de Agosto de 1809, el Señor Don Francisco de la Cruz Guerra Ferrer, (sobrino del Mayor Guerra), Capitán de Milicias, Juez Militar y Alcalde del pueblo, dice: Para tratar de asuntos urgentísimos en que se interesa el buen Estado y Conservación al Público, quantas son las disposiciones que se han de dar para la formación de un Cementerio por no poderse ya darse sepultura a nuestros cadáveres dentro de la Parroquia, según lo ha hecho presente el venerable Párroco en oficio a catorce del que se rige, que en él ha insinuado que ya ha dado sepulcro dentro del osario por hallarse ocupada la Parroquia y observar principio de cierta fetidez que nos amenaza de alguna peste de la que debe precaver sin perder momentos, por los medios más eficaces, ruego a los vecinos concurran todos los que quieran, para tratar de una materia tan importante, en cuya asistencia manifestarán el interés que todos toman en este asunto. Y para que conste, así lo dicto, mando y firmo: Francisco de la Cruz Guerra Ferrer”.

            El edicto del Alcalde suscitó diferentes opiniones relativas al emplazamiento del nuevo cementerio, materializadas en dos corrientes de opinión. Unos eran partidarios de la construcción junto a la Iglesia Parroquial, (los adictos al Alcalde y su familia, que constituían la mayoría), mientras otros fueron partidarios de la construcción fuera del pueblo, por encontrar inconvenientes en hacerlo dentro del mismo. Estos últimos, “disidentes de la corriente oficial”, se reunieron y constituyeron una Junta presidida por don Francisco Betancort y don José Perdomo Perdomo, entre otros vecinos, para hacer ver al pueblo el inconveniente de construir el Cementerio dentro del mismo.

            Con la opinión en contra de unos pocos, la mayoría de los vecinos decidieron que el Cementerio se construyera junto a la Iglesia, ofreciéndose para repartirse el costo de los terrenos donde habría de construirse el Cementerio, construcción que comenzó de inmediato.

            Al iniciarse las obras, quienes estaban en contra de su decidido emplazamiento, fueron con la queja al Alcalde Mayor de la Isla y este, después de oirles, “solicitó se mandase suspender la mencionada fábrica hasta que con mayor conocimiento de causa se destinase un sitio más a propósito para ella y en que menos peligrase la pérdida de su saludable objeto”.

            Este mandato del Alcalde Mayor convenció al Juez quien, “observando lo importante y útil de semejante pretensión, accedió a ello y libró el competente despacho para que se verificase su publicación en el primer día festivo, después de la misa”. Como esta providencia era un poco agria, el Párroco entregó el documento al Alcalde de San Bartolomé, quien teniéndolo ante sí, como se esperaba, dio lugar a una queja ante el ordinario, para que fuese él, quien lo comunicara a los vecinos.

            Al tener conocimiento de este mandamiento, los partidarios de la construcción del Cementerio junto a la Parroquia, “se quejaron y negaron a que se suspendiesen las obras, también querían que se les oyese en justicia, que se hicieran pericias y reconocimientos”.

            Estas desavenencias duraron algún tiempo y de ellas “ha tenido gran parte, la culpable tolerancia del Juez, quien ha dado margen a muchos y graves perjuicios, siendo el mayor de ellos, el que todavía insisten aquellos quatro o seis poderosos aliados del Cura y del Alcalde de San Bartolomé, en el encaprichado deseo de llevar a efecto la obra del Cementerio junto a la Iglesia”.

            Las diferentes opiniones, con sus correspondientes quejas e intervenciones judiciales, llevarían consigo la paralización de las obras del Cementerio al tiempo que se agravaba la situación dentro de la Iglesia, al no poderse enterrar más cadáveres en la misma por encontrarse ésta totalmente ocupada.

            Ante esta difícil y peligrosa situación, el Alcalde no dudó en tomar una determinación, apoyado por las fuerzas vivas del pueblo, determinación que quedó recogida en la siguiente acta:

            “Una semana más tarde, el 27 de Agosto de 1809, comparecieron en la Sala del Ayuntamiento de San Bartolomé, el señor Alcalde don Francisco de la Cruz Guerra Ferrer, el Capitán don Juan Vicente Bethencourt Brito, el Teniente y Diputado don Nicolás de Salazar Carrasco Ferrer, al Capitán don José Guerra Clavijo y Perdomo, el Teniente don Rafael Ferrer Ramírez, el Sub-Teniente don Manuel Perdomo Fuigueroa, los vecinos don Antonio Perdomo Figueroa y don José Perdomo Perdomo, entre otros. También asistió el venerable Párroco don Cayetano Guerra Perdomo.
            Todos ellos toman el acuerdo de construir el Cementerio junto a la Iglesia, por el Poniente, como se tenía previsto y por lo que respecta a los gastos de la fábrica de paredes, puertas y demás, acuerdan hacer frente a los mismos, si bien han de correr por el pueblo, personas de respeto, a fin de que voluntariamente ofrezcan todo como vecinos y si estos ofrecimientos no acceden al costo de la fábrica, vuélvase a reunir el pueblo y prudentemente se repartirán lo que falte”.

            La propuesta defendida por el Alcalde y su familia, salió triunfadora y muy pronto se acabó la construcción del Cementerio, comenzando los enterramientos en el año de 1810.

Además de su equivocado emplazamiento, el Cementerio adoleció de falta de espacio, pues su utilización fue relativamente corta, algo más de un siglo. En 1925 se iniciaron las obras para la construcción de un nuevo cementerio, en las afueras y al sur del pueblo, inaugurado en 1927, en tiempos del Alcalde don José Cabrera Torres.

           En la década de los sesenta, del pasado siglo, por acuerdo de la comunidad religiosa se decidió construir un Salón Parroquial en el solar del antiguo Cementerio. Años más tarde, en convenio con la Diócesis, la propiedad pasa al Ayuntamiento. La Corporación ejecuta las obras necesarias para remodelar el Salón y convertirlo en un amplio y moderno Teatro Municipal.
           






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