viernes, 22 de enero de 2010

UN LANZAROTEÑO EN ULTRAMAR (1)

DON JOSÉ CAYETANO FERRER Y PARRILLA

Desde mi más tierna infancia oí con frecuencia múltiples referencias, sobre quien en el entorno familiar era: el “Tío Pepe”, y “Don José”, para todos aquellos que precisaron de la orientación y defensa de sus intereses; para quienes tuvieron conocimiento que, “por el bien del servicio”, aceptó destinos y viajes tan distantes y arriesgados, sin olvidar la última etapa de su estancia en Manila, encarcelado y castrado por defender, como muchos españoles, los territorios de la España de ultramar, cuyos habitantes lucharon por la independencia de las islas Filipinas y que merced a la justa actuación que tuvo con los “tagalos”, lo excarcelaron, permitiéndole regresar, aunque enfermo, a su tierra natal.

Fue el mayor de siete hermanos, hijo del Comandante y Jefe del Batallón Provincial de Lanzarote Don Blas Trifón Ferrer Ramírez y de Doña María del Carmen Parrilla Perdomo, conocida con el sobrenombre de “La Señora”.

Nació en San Bartolomé de Lanzarote el 8 de Agosto de 1854, figurando inscrito en el Libro 4º de Nacimientos, Folio 25, de la Parroquia del Apóstol San Bartolomé, donde unos días más tarde fue purificado por las aguas bautismales.

Acerca del nombre, su abuela materna Doña Damiana quiso que se llamase Cayetano, de tradición familiar y que entre otros lo llevó el que fuera primer Cura Párroco de la Iglesia de San Bartolomé: Don Cayetano Guerra Clavijo y Perdomo. Su madre se inclinaba por el de José, por la gran devoción que profesaba a dicho Santo. De mutuo acuerdo y para evitar diferencias entre madre e hija se le impuso por nombre de pila el de José Cayetano.

Al mediodía del primer domingo de septiembre de 1854, hizo señal de bautizo la campana mayor de la iglesia parroquial de San Bartolomé. El litúrgico son, que anunciaba la llegada a la Santa Madre Iglesia de un neófito que pide lugar entre los militantes cristianos y viene a purificarse por las aguas bautismales, se extendió a través de los últimos y calenturientos días del verano, y quedó como en suspenso por encima del pueblo.

De la estrecha calle junto a la Plaza del Carmen, como a ochocientos metros del templo parroquial, salió, camino de éste, un sencillo cortejo familiar que iba en pos de una jovencita cuyos brazos sostenían, bajo la vigilancia inmediata de una señora mayor, un pequeño recién nacido envuelto en encajes y enaguados bienolientes a sahumerio casero.

Mientras las mujeres esperaban con el niño, sentadas en las sillas junto al baptisterio, el párroco, Don Antonio Bermúdez Pérez, junto al padrino y algunos invitados, en la mesa del Altar, llenaba las formalidades de la inscripción en el libro de bautismos. El señor cura cerró la partida con su firma y rúbrica, y preguntó luego a un acólito si había llegado el organista. La respuesta la dio el mismo órgano, que resonó en tumulto de escalas de prueba, allá en lo alto del coro.

En la nave comenzaron, entre la dulce melodía que desgranaba el órgano, las ceremonias previas del ritual que continuaron en el baptisterio.

Dicen que el padrino pidió al padre cura que le pusiese al niño un poco de sal en la boca para que alcanzase la gracia de la sabiduría y para que la fe que se le concedía no le faltase jamás. El párroco sonrió bondadoso y prosiguió la ceremonia, bella y exacta como todas de la santa liturgia de la Madre Iglesia.

“Yo te bautizo, José Cayetano, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”, concluyó el cura al tiempo de rociar la ablución de agua bendita sobre la cabeza del niño.

Y en la boquita rosada del pequeño se dibujó el preludio del llanto primero de nuevo cristiano, que entra en el valle de lágrimas que hay que recorrer en esta vida mortal para ser dignos de la eterna. Si rompió el llanto iniciado en los puros labios al sentir el agua sobre el tierno cráneo, solamente cubierto por una pelusilla negra y sedosa, lo ahogó la trompetería del órgano lanzada en pleno de sonidos, acordes pero casi tempestuosos, por las manos del organista que tenía por costumbre agotar así, al final de las ceremonias, todo el aire del fuelle.

Ya bautizado en Cristo, José Cayetano Ferrer y Parrilla, la comitiva familiar tornó a la casa de la Plaza del Carmen. Una invisible y enorme interrogación proyecta su inefable sombra en el pensamiento de los padres del hijo adorado, mientras se esfuerzan en agradar a los invitados con sonrisas gozosas y confituras abundantes.

¿Qué será en la vida nuestro hijo José Cayetano?. Así pensaron sus padres, quizás contagiados por la precariedad política que se vivía bajo el reinado de Isabel II.

Descendiente de una estirpe de militares, desde que un antepasado suyo, a finales del siglo XVI, llegara a la isla, destacan entre otros: su tatarabuelo Don Blas Ferrer Rodríguez, que mandó construir una nueva vivienda alejada de los avatares del jable, conocida como “Casa de los Ferrer” y en la actualidad “Casa Ajei”, declarada Monumento Histórico Artístico; su abuelo Don Tomás Ferrer Perdomo, Teniente Coronel y Fiscal de Lanzarote; Don Tomás intervino, en el episodio de la “Guerra Chica” de Arrecife, defendiendo el Castillo de San Gabriel junto al entonces Gobernador Militar de las Armas de Lanzarote, su paisano Don Lorenzo Bartolomé Guerra Perdomo, hijo del “Mayor Guerra”; y su padre, Don Blas Ferrer Ramírez, Comandante Jefe del Batallón Provincial de Lanzarote.

Con voluntad juiciosa y docilidad amable, aprendió las primeras letras en la única Escuela de niños que en esa época había en San Bartolomé, regentada por el Maestro de Instrucción Pública, Don José Rodríguez Parra que, en algunas etapas, compatibilizó el ejercicio de la enseñanza con el de Secretario del Ayuntamiento.

Por carecer de centro oficial, la segunda enseñanza o bachillerato, no se podía cursar en Lanzarote. Aquellos que deseaban continuar sus estudios, se veían obligados a trasladarse, bien a Las Palmas de Gran Canaria, para continuarlos en el “Seminario Conciliar Diocesano de Canarias”, o a La Laguna, donde se encontraba el “Instituto de Canarias”.

El Instituto de Secundaria de Las Palmas de Gran Canaria, fue inaugurado en 1918 y el de Arrecife de Lanzarote, tercero de las Islas, en 1926, bajo la dirección del Comisario Regio Agustín Espinosa García, hijo de Agustín Espinosa, compañero de estudios de José Cayetano Ferrer, en la Universidad de Sevilla. En el Anexo se hace referencia a éste entrañable amigo y compañero.

A la temprana edad de doce años, sus padres lo enviaron al Seminario Conciliar Diocesano de Las Palmas de Gran Canaria, para estudiar el bachillerato. Terminado éste, su madre quiso que siguiese en el Seminario, pero él nunca mostró interés ni vocación por la carrera eclesiástica ni por continuar con la tradición militar de la familia.

El movimiento de pasajeros y mercancías entre los puertos canarios, se hacía a bordo de pequeños barcos, balandras y pailebotes de vela, hasta principios del siglo XX, conocido con el nombre de “cabotaje menor”. La primera Lista Oficial de Buques data del año 1884. En fechas anteriores no existía una relación medianamente fiel de la flota mercante canaria, ni Registro de Buques, ni tan siquiera una Lista de Loyd´s Register referida a Canarias que poder consultar. A raíz de la creciente exportación de la cochinilla, a finales del siglo XVIII y principios del XIX, fue creciendo el tráfico marítimo entre las islas. Casas armadoras como Elder & Dempser, en Las Palmas o la Compañía Guirlanda Hermanos, en Tenerife, acapararon la mayor parte del movimiento de la carga y pasaje interinsular, durante la segunda mitad del Siglo XIX.

La Ley de Puertos Francos de 1854 dio un gran impulso a las comunicaciones entre las islas, entre estas y la península, así como con puertos extranjeros. A finales del XIX se creó la Compañía de Vapores Interinsulares Canarios, filial de la Elder Dempser, a la que se le adjudicó el servicio del correo entre las islas del archipiélago. En 1911, ésta naviera resultó ganadora de un nuevo concurso para establecer líneas regulares interinsulares. En 1921 entró en competencia con la Transmediterránea, provista de buques tan emblemáticos como el “Viera y Clavijo”, “La Palma”, “León y Castillo”, “Lanzarote”, “Gomera”, etc., que terminó absorbida por ésta.

Los barcos en los que viajó José Cayetano, durante los años de estudios del bachillerato en el Seminario Conciliar Diocesano de Las Palmas, entre 1866 y 1873 y que eran los que hacían el tráfico de cabotaje entre las islas, fueron: la goleta “Teide”, de dos palos; el pailebot “Gaspar”; y el velero “San Antonio”.

La goleta “Teide”, al igual que el “Gaspar” o el “San Antonio”, que hacían el servicio de cabotaje entre las islas, a finales del siglo XIX, eran pequeñas embarcaciones de dos palos con aparejo formado por velas de cuchillo, es decir:

“velas dispuestas en el palo, siguiendo la línea de proa a popa, en vez de montadas en vergas transversales como las velas cuadradas”.

Aunque las goletas se dedicaban generalmente al servicio del transporte de mercancías, entre las islas se utilizaban para el transporte de pasajeros, por ser este el único medio de traslado entre ellas.

José Cayetano obtiene el Título de Bachiller en 1873, a los 19 años de edad, expedido por el Rector de la Universidad Literaria de Sevilla, de la que dependía el “Instituto de Canarias”. El Título lleva fecha de seis de Octubre de mil ochocientos setenta y seis, registrado al folio 52 del Libro correspondiente.

Su tío paterno, Don Maximino Ferrer Ramírez que ejercía de Juez en Sancti Espíritus, provincia de Santa Clara, Isla de Cuba, y en algunas ocasiones de Registrador de la Propiedad, le animó para que estudiase Derecho y por esta carrera se inclinó, en contra del deseo de su padre, que deseaba continuase con la tradición militar de la familia.

Ingresa en la Universidad hispalense de Sevilla en Octubre de 1873 y después de cinco años de estudios, se doctora en Derecho Civil y Canónico el 8 de Diciembre de 1878.

La opulenta Sevilla era la capital del comercio entre España y sus colonias y merced a la riqueza derivada de esa feliz circunstancia, ocupó el primer lugar en el renacimiento español. Desde Sevilla se prepararon las expediciones descubridoras del Nuevo Mundo. Desde su puerto salían, y a él tornaban, los descubridores, conquistadores y colonizadores. En Sevilla se estableció aquel admirable organismo llamado “Casa de Contratación de Indias”, a la vez Tribunal, Academia y factoría, que tuvo a su cargo cuanto se relacionó con el descubrimiento, navegación y comercio del nuevo continente.

De la imprenta sevillana es filiación directa, en la Cuba de nuestro biografiado, la primera que a través de los mares extendió el peregrino invento de Gutenberg; y las artes, en general, a Sevilla deben su impulso y su carácter en el Nuevo Mundo; pues en tanto que la industriosa ciudad comercial movía en su recinto innumerables telares y talleres, y los muelles de la ribera del Guadalquivir arrebataban a Génova su actividad de primer puerto, cultivábanse todas las ramas del saber y del arte con fama y asombro capaces de dejar huella en el Romancero, o crónica popular, cuyas páginas no suelen admitir sino lo maravilloso:

“Sevilla, la rica y fértil,
ilustre en armas y letras,
que basta decir Sevilla
para decir sus grandezas.”

El regreso a la casa paterna, durante los años de estudio, sólo lo hace los meses de verano. El alto costo de los traslados y la tardanza de la travesía en barco, le imposibilita la frecuencia de los viajes.

En 1878, la isla de Lanzarote pasó por uno de los años más calamitosos de su historia económica, debido a la escasez de recursos y carencia de lluvias, que creó situaciones muy delicadas en la inmensa mayoría de los isleños.

El joven José Cayetano, estudiaba la carrera de Derecho en la Universidad sevillana, y estando de visita en Lanzarote su tío Don Maximino Ferrer Ramírez, Juez de Sancti Spíritus, prestó a su hermano Blas 100 duros, cantidad generosa, que envió a Sevilla para sufragar los gastos finales de la carrera de su hijo.

Diez años más tarde, José Cayetano, en esa època Fiscal de Manzanillo, perteneciente a la provincia de Puerto Príncipe, Cuba, abona a su tío Maximino el importe del préstamo concedido para la terminación de sus estudios. El pago lo realiza por giro postal a la ciudad de San Antonio, donde su tío se encontraba destinado.

De entre sus compañeros de estudio siempre destacó la entrañable amistad que tuvo con Antonio Feijoo, con quien compartió habitación durante su estancia en Sevilla y con el que coincidió años más tarde en Baracoa, Cuba, cuando éste ejercía de Juez; y con Agustín Espinosa, padre de Agustín Espinosa García, Comisario Regio y Profesor del primer Instituto de Enseñanza que tuvo Arrecife, creado en 1926.

Terminada la carrera regresa a su pueblo natal y abre despacho en la casa paterna, situada en el extremo sureste de San Bartolomé, frente a la cual había un terreno de propiedad familiar, nominado Plaza del Carmen, en honor y recuerdo a su madre. Esta vivienda, propiedad de la familia Parrilla, fue aportada por Doña María del Carmen Parrilla Perdomo al contraer matrimonio con Don Blas Ferrer Ramírez. Su padre había nacido en la conocida “Casa de los Ferrer”, hoy “Casa Ajei”, actualmente propiedad municipal. José Cayetano fue el primer Licenciado en Derecho, que como abogado ejerció y tuvo despacho en San Bartolomé.

La Plaza del Carmen era, por aquella época, una acogida de aguas pluviales por donde discurría el agua hacia dos aljibes situados en el cercado familiar, colindante con la casa. El agua recogida en el primero de los aljibes, no sólo procedían del terreno de Doña Carmen, sino también de otro colindante, propiedad de la familia de Doña María Perdomo Perdomo, casada con Don Marcial Bermúdez, padres de Doña Clotilde Bermúdez Perdomo, última propietaria de la vivienda, situada al norte de la casa de Doña Carmen, y que en época de abundantes lluvias tenía “derecho de agua” en el indicado aljibe.

A Doña Carmen se le conocía con el sobrenombre de “La Señora”, por la cantidad de obras benéficas y caritativas que hacía, principalmente socorriendo a los necesitados en los años calamitosos que durante su época asolaron Lanzarote, que ocasionaron una gran emigración hacia los países americanos, colonias españolas y otras islas canarias.

Doña Carmen, poseedora de una gran riqueza, era “toda una Señora”, sin los remilgos y etiquetas propios de su clase y condición. Trataba a iguales e inferiores socialmente con toda llaneza y amabilidad afectuosa, a todos los medía en su familiaridad ingénita por el mismo rasero.

De carácter benévolo, cándido y jovial, conservó de casada y viuda la inocencia ignorante y sin malicia de la doncella nacida en buenos pañales y educada con recato escrupuloso junto a una madre de severas y cristianas costumbres.

Creció y desarrolló en un ambiente místico, saturado de escrúpulos y preocupaciones.

Pedía la bendición a sus padres al acostarse y al levantarse, costumbre que transmitió a sus hijos; rezaba el rosario en familia, y en la suya lo continuó junto al sencillo oratorio que aún se conserva en la parte de la casa que se está restaurando. Cumplía con la Iglesia y asistía a jubileos, novenarios y procesiones, amén de ayunos en cuaresma y días de vigilia. Fue una buena cristiana, humana y compasiva, pero no hipócrita y gazmoña.
Casó joven y si sumisa estuvo doncella a la autoridad paterna, sumisa continuó casada a la autoridad de su esposo y al igual que oía consejos y advertencias de los que le dieron el ser, escuchaba las observaciones de su cónyuge, suave y amoroso en su trato, lo que permitía que en su hogar reinase una paz octaviana.

Muchos años se prolongó su viudez, sin que diera jamás con sus actos pábulo a la chismografía y maledicencia, moneda corriente en los pueblos pequeños.

Según se decía, diariamente preparaba unos grandes calderos de sopa o potaje que distribuía entre las familias más necesitadas y a quienes trabajaban con ella: asalariados y medianeros; en las peonadas y época de vendimia, les preparaba suculentos sancochos.

Don José bajaba a Arrecife dos veces por semana, para resolver en los Juzgados, Comarcal o de Instrucción, los litigios de los vecinos de San Bartolomé y pueblos de los alrededores. La mayoría de los casos eran pleitos familiares por herencias, cambios de linderos, contratos de compra-venta, arrendamientos y medianerías, principalmente.

Utilizaba el burro como medio de transporte y coincidía en el viaje con su padre, que a caballo, se desplazaba diariamente al Destacamento militar, ya por esa época ubicado en Arrecife, a seis kilómetros del domicilio familiar, y del que era Comandante Jefe del Batallón de Lanzarote.

No se encontraba a gusto con la situación como se desarrollaba su trabajo y estuvo a punto de trasladar su despacho a Arrecife. Aunque no lo llevó a efecto, cambió su vecindad, fijando su residencia en la capital de la isla.

La certificación de su nueva residencia oficial, que en el anexo se indica, la solicitó a efectos de acreditar “no pertenecer al Batallón”, lo que por su edad, puede interpretarse como “tener la libertad para realizar cualquier actividad ajena a la milicia”, posiblemente ya estaba pensando en dejar la isla, trasladarse a Madrid y preparar las oposiciones de Judicatura.

Hay que retrotraerse a la época, la situación de calamidad que por entonces se vivía en Lanzarote y sobre todo después de haber estado varios años ausente de la isla, en la opulenta Sevilla, capital del comercio universal y centro del mundo; ciudad de gran importancia y principal centro del comercio y de las relaciones de España con las colonias americanas, y merced a la riqueza derivada de esta feliz circunstancia, establecerse en San Bartolomé o el Arrecife de aquella época, en precaria situación, era como sentirse ahogado y reprimido.

La convocatoria de oposiciones a la Judicatura, fue como el revulsivo que estaba esperando para cambiar de destino. Se traslada a Madrid para prepararlas y las aprueba en 1883. Durante su estancia en la capital de la nación se alojó en una casa de huéspedes, situada en la calle Montera, 13. En esta dirección se hospedó en repetidas ocasiones, tanto, cuando regresó de Cuba para embarcar en Barcelona con destino a Manila, como cuando regresó de este destino para trasladarse a Puerto Rico. También cuando regresó de San Juan para incorporarse a su destino en Pampanga, dependiente del Distrito de Manila y finalmente cuando regresó definitivamente a Barcelona, motivado por la independencia de las islas Filipinas. Después de un año de estancia en Barcelona, recuperándose de su delicado estado de salud, también se hospedó en esta casa de huéspedes. Conservamos varios escritos dirigidos a él en esa dirección madrileña, así como algunas facturas de gastos por su estancia.

En la relación de vacantes a elegir no figuraba ninguna plaza de Fiscal en las Islas Canarias. Como no le apetecía quedarse en la España peninsular, solicitó destino en San Juan de Puerto Rico y al no obtenerlo, fue destinado a Baracoa, primera ciudad fundada por los españoles en América, perteneciente a la provincia de Santiago, en el extremo Nororiental de la isla de Cuba y de la que tomó posesión el 16 de Noviembre de 1883.

Podemos preguntarnos porqué ese interés en solicitar destino en Puerto Rico. Hay que tener en cuenta que su cuñada Margarita Martín Guerra, esposa de su hermano Juan, mantenía correspondencia con su hermano Rafael y con sus tíos José María y Francisco Guerra Bethencourt, descendientes del Mayor Guerra, que se encontraban en dicha isla a donde habían emigrado, en 1855 los hermanos Guerra, y en 1876 su hermano Rafael.

El cercano parentesco de estos paisanos con su cuñada Margarita, era motivo más que suficiente para emprender un viaje tan lejano sabiendo de antemano que contaría con el apoyo, la orientación y el cariño de sus “parientes”, desde un primer momento.

El deseo de trasladarse a Puerto Rico se vio frustrado por la carencia de vacantes en la isla, decidiéndose solicitar destino en Cuba, donde su tío Maximino se encontraba desempeñando el cargo de Registrador de la Propiedad en la ciudad de Sancti Espíritus, región central de Cuba, perteneciente a la provincia de Santa Clara.






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